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Reportaje:

Musulmanes y budistas chocan en el sur de Tailandia

Más de 550 personas han muerto en lo que va de año en un conflicto agravado por la brutalidad del Ejército

El Gobierno tailandés va a enviar 2.000 policías más al sur del país, de mayoría musulmana, para hacer frente a los ataques de militantes islamistas y anunció que va a tomar "medidas preventivas". Bangkok responde así a las presiones de miles de profesores de la región de Pattani -considerados allí como representantes de la Administración central-, que declararon el miércoles una huelga indefinida exigiendo la intervención del Estado para acabar con la situación de violencia que padecen. Éste es el último episodio de una crisis que enfrenta, desde hace un año, al Ejército y los que denomina "terroristas independistas".

A principios de diciembre, en la aldea de Umolana, una mujer sujetaba con una mano la fotocopia con la cara casi irreconocible de su hijo muerto y con la otra, a la pequeña Nayawa, que ajena a la tragedia familiar trataba de escapar del control de su madre. "Ha sido una espera dura. Yo siempre pensé que lo encontraría vivo y ahora, después de 35 días de angustia, me dicen que lo han matado y enterrado en una fosa común. Ni siquiera he podido lavar su cuerpo", lamentaba Naa Timaksa, mientras apretaba la mandíbula con ira contenida y miraba al cielo para frenar unas lágrimas que luchaban por brotar.

La técnica que más atemoriza a la población es el ametrallamiento desde motocicletas

Dos de los seis hijos de Naa, de 44 años, acudieron el 25 de octubre a una manifestación para exigir la liberación de seis vecinos detenidos el día anterior. Ninguno volvió. La protesta se celebró ante la comisaría donde estaban retenidos, en Tak Bai, un pueblo de la provincia tailandesa de Naratiwat, fronterizo con Malaisia. El Ejército rodeó a los cerca de 2.000 manifestantes y, en el intento de contenerlos, mató a seis. A otros 1.300 les cazó como a animales y, con las manos atadas a la espalda, les tumbó boca abajo en camiones, unos encima de otros hasta llenar los remolques, les tapó con lonas y se los llevó a la ciudad de Pattani, a 180 kilómetros. Cuando, seis horas después, los militares decidieron bajar la carga, habían muerto 78 hombres y otros tantos presentaban graves síntomas de asfixia. Uno de ellos era el otro hijo de Naa, que se encuentra hospitalizado, con insuficiencia renal y sin sensibilidad en piernas y brazos.

Todos los detenidos pertenecían a la minoría musulmana de Tailandia, que supone algo menos del 4% de los 65 millones de habitantes del país. "Me patearon y me dieron culatazos mientras me metían en el camión, pero tuve suerte porque me colocaron encima de los otros. Por eso me salvé", dice Rofi Mamad, de 34 años, quien después de 13 días fue puesto en libertad condicional y no quiere hablar por temor a que vuelvan a encerrarlo. Sólo tres de los 1.300 continúan en prisión. La mayoría son jóvenes sin trabajo o que tan sólo realizan chapuzas temporales.

Los musulmanes tailandeses viven fundamentalmente en las tres provincias del extremo sur del país: Pattani, Yala y Naratiwat. Las tres formaban parte del reino de Pattani, anexionado por el de Siam (Tailandia) en 1902. Desde entonces ha persistido un sentimiento independentista, pero musulmanes y budistas han convivido sin grandes dificultades hasta este año, en el que han muerto ya más de 550 personas a manos del Ejército y de elementos incontrolados que, según los militares, son "terroristas independentistas", aunque no hay pruebas ni se ha detenido a los culpables.

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Bombas, incendios, ametrallamientos y machetazos se suceden casi a diario desde que, en enero pasado, el Gobierno decidiera imponer la ley marcial tras el ataque a un cuartel en el que murieron cuatro soldados y fueron robados 300 rifles automáticos por supuestos miembros de grupos ligados a Al Qaeda que operan en el sureste asiático, como Yemaa Islamiya y el filipino Frente Moro de Liberación de Abu Sayaf.

Sin embargo, expertos como el sociólogo Ahmad Sombonbualuang, afirman que el robo de los rifles y otras acciones violentas son obra de "contrabandistas de armas, bandidos y mafias interesadas en desestabilizar la zona". Sombonbualuang, que con frecuencia viaja a Bangkok para tratar de asesorar al Gobierno sobre su política en el sur, sostiene que "si no hay un cambio en la actitud del primer ministro, Thaksin Shinawatra, la situación puede hacerse incontrolable". "El Gobierno juega con fuego. El problema del sur es político y no se puede resolver por las armas", señala Tuwae Daniya, un profesor que tiene un programa de radio en yagui, la lengua local, muy parecida al malayo.

"Aquí no hay independentistas ni agentes de Al Qaeda, son los soldados los que han traído los problemas", afirma Naa, quien critica la "violencia gratuita" con que actúan los soldados. Naa, bordadora, es la esposa del jefe del consejo municipal de Umolana, una aldea de 390 familias y en la que el tiempo parece haberse detenido. Aquel fatídico 25 de octubre, 33 hombres de Umolana fueron detenidos, de los que cuatro murieron y tres se encuentran graves.

La salida del Ejército es la primera demanda que invariablemente hacen todos los musulmanes entrevistados. Los budistas, por el contrario, afirman que los soldados les dan seguridad y no quieren que se vayan. "Los militares deben irse. Llegan aquí sin saber nada de nosotros y sólo crean resentimiento y ansias de venganza. Nosotros junto con la policía podemos resolver la situación", destaca Mustafá Abdulá, de 54 años y subdirector del Consejo Islámico de Naratiwat.

Un ataque coordinado a 15 comisarías de las tres provincias, el pasado 26 de abril, dejó cuatro policías y 107 asaltantes muertos, la mayoría de ellos menores de 20 años, que atacaron con cuchillos, machetes y armas puestos policiales, supuestamente pertrechados y preparados para la ofensiva, que conocían de antemano.

"Esta situación me pone enferma. No se puede vivir así. No salgo a ninguna parte. Sólo vengo a clase y vuelvo a encerrarme en mi apartamento", afirma Karn Kaewbangpod, una budista de 21 años, estudiante de la Universidad de Pattani. Una de las técnicas que más aterroriza a la población son los asesinatos cometidos por ametrallamiento desde motocicletas en marcha. El Gobierno señala que esta técnica procede de Pakistán, en cuyas escuelas islámicas radicales han estudiado numerosos musulmanes tailandeses.

El miedo es patente en las dos comunidades. Los musulmanes, al Ejército y la policía. Los budistas, unos 300.000, a los "terroristas". Los agravios comparativos de la comunidad musulmana son más que evidentes: paro, pobreza y falta de educación. "Nos discriminan y quieren asimilarnos. Somos tailandeses, pero no tais. Queremos un trato de igual a igual. El nacionalismo tai trata de destruir nuestra historia, nuestra cultura y nuestra lengua. Por esa vía no se va a pacificar la zona", resalta Sombombualuang.

Según el vicedecano de la Facultad de Humanidaes de la Universidad de Yala, Bandit Samtali, lo que ahora sucede en el sur es el resultado de años de falta de atención adecuada por parte del Gobierno. "Se ha dejado crecer en la zona todo tipo de mafias fronterizas, que se amparan en la corrupción de funcionarios y policías y que apoyan a los independentistas en beneficio propio".

Bandit señala que la falta continuada de atención gubernamental ha permitido que salgan de los pondo (escuelas islámicas) entre 3.000 y 6.000 jóvenes radicales, que no tienen posibilidad de un trabajo constructivo en sus aldeas y que son "pasto fácil" de cualquier organización interesada en entrenarles y darles una misión que cumplir.

Un soldado tailandés custodia a un grupo de monjes budistas ayer en Naratiwat, al sur del país.
Un soldado tailandés custodia a un grupo de monjes budistas ayer en Naratiwat, al sur del país.ASSOCIATED PRESS

Un millonario populista

El Berlusconi asiático, como llaman a Thaksin Shinawatra muchos occidentales residentes en Tailandia, es un populista de tinte autoritario que desde que accedió al poder, en 2001, ha desarrollado una política errática en el sur del país que amenaza con incendiar esa conflictiva zona fronteriza de mayoría islámica. El hombre más rico de Tailandia y que controla los medios de comunicación decidió, en 2002, que la insurgencia estaba contenida y liquidó el comando conjunto de policías y militares que velaba por la seguridad de las tres provincias. Desde entonces, se multiplicaron los actos violentos y Thaksin ordenó, en enero, el envío del Ejército y la imposición de la Ley Marcial para acabar con los ataques. El resultado fue el caos actual.

Diplomáticos europeos en Bangkok señalan que la UE trata de hacer entender al Gobierno la conveniencia de que modifique su política hacia la zona y, en especial, hacia la minoría musulmana. "El resentimiento que desata la brutalidad del Ejército abre una peligrosa brecha entre islamistas y budistas que tiene serias repercusiones en el futuro del país", afirma una de estas fuentes.

"Los musulmanes son fanáticos. Sólo siguen los dictados de su dios, mientras que los budistas somos más abiertos", dice Chularat Yoti, de 22 años y estudiante de la Universidad de Pattani, en una muestra del abismo que se agranda entre ambas comunidades.

Expertos internacionales destacan que el clima del sur se deteriora por días y, si progresa el malestar, no se podría descartar que los insurgentes trataran de sacarlo de esas tres provincias y extenderlo a otras. "Un atentado terrorista contra la importante industria turística tailandesa sumiría al país en una grave crisis económica y rompería la convivencia que hasta ahora ha existido entre las dos comunidades", sostiene.

Para el profesor Abdulá Lamang, la crisis actual obedece a la "satanización" de los musulmanes por Occidente tras el 11-S. "Desde entonces no entiendo ni lo que quiere el Gobierno ni lo que quieren los budistas. Nosotros no buscamos la independencia, queremos justicia, que se nos trate a todos los tailandeses de la misma forma", señala.

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