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Columna
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Ciencia y política

¿Creen nuestros gobernantes en la ciencia, como aseguran cada vez que tienen ocasión? Mi impresión es que nuestros gobernantes creen más bien poco en la ciencia. Y no sólo porque algún consejero, como González Pons, sostenga que ésta debe subordinarse a la democracia, lo que no deja de ser una tontería dicha en un momento de efusión política. El carácter de la ciencia y el de la política son sustancialmente distintos. Si se pretende lograr algún resultado efectivo en la ciencia, hace falta tiempo, silencio, sacrificio, discreción. Nuestros gobernantes, en cambio, rara vez disponen de tiempo, son incapaces de permanecer en silencio, odian la discreción y sólo se sacrificarían para obtener algunos votos.

Con esto, no quisiera dar a entender que los políticos menosprecian la ciencia, ni mucho menos. Por fortuna, hace tiempo que nos convencimos de que el "que inventen ellos" no era una buena fórmula y algunos pasos -pocos- se han dado para corregir la situación. Hoy, el científico, el investigador, tiene un papel reconocido por la sociedad y la sociedad sabe que precisa de la ciencia para su desarrollo. Cuando el presidente Francisco Camps presenta los premios Jaime I, lo hace con un discurso impecable, que todo el mundo suscribiría. "Nuestra Comunidad ha aceptado el reto de la modernidad y quiere que la investigación, la innovación y el conocimiento sean sus puntas de lanza", dice Camps.

Ahora bien, si Francisco Camps piensa que la investigación, la innovación y el conocimiento deben ser los motores de la Comunidad, no se entiende por qué no pone a su Gobierno a trabajar de inmediato en esa dirección. No dudamos de las intenciones de Camps al pronunciar esas palabras, pero nos quedaríamos más tranquilos si mostrara algún indicio de que se dispone a llevarlas a la práctica. Nos hace falta una señal, porque esas mismas o parecidas frases ya se las escuchamos decir a don Eduardo Zaplana, el anterior presidente de la Generalitat. Y todos sabemos el desarrollo que alcanzó la investigación bajo su mandato.

Que la ciencia y la investigación son positivas, nadie lo pone en duda a estas alturas. La historia nos muestra que son las naciones que más en serio toman estos asuntos las que ocupan un lugar preeminente en el comercio y el desarrollo internacional. Si esto es así, debemos preguntarnos por qué no se impulsa la investigación de una manera franca, ya que no puede tratarse únicamente de una cuestión de dinero. La cantidad de dinero que hemos malgastado en la Comunidad Valenciana, con proyectos más o menos ilusorios, durante los últimos años, es impresionante. Los motivos deben ser, sin duda, otros.

La ciencia y la investigación dan frutos a largo plazo, y el largo plazo horroriza a los políticos. El político pretende resultados inmediatos, que se produzcan, preferentemente, dentro de la legislatura para poder mostrarlos a los electores en el momento de la votación. Y esta forma de actuar resulta, claro está, incompatible con la ciencia. De ahí el retraimiento y las dudas permanentes a la hora de apoyar la investigación. El gobernante sabe que ese apoyo sería conveniente para el país, pero juzga que la decisión va contra sus intereses, por lo que, finalmente, ante la duda, opta por invertir en la Ciudad de la Luz.

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