Apenas un buen elenco
No es nuevo el interés del cine por la literatura de Thornton Wilder (es ésta por lo menos la tercera versión de la popular novela homónima, publicada en 1927), pero sí extraña el porqué de volver sobre ella en este comienzo del nuevo siglo. Porque lo que en el fondo propone el escritor estadounidense en su excelente novela no es otra cosa que el viejo conflicto sobre determinismo y libre albedrío o, para decirlo con más propiedad, sobre los designios de Dios: indagar por qué se rompió un lejano puente andino y, más aún, quiénes eran, y por qué murieron, las cinco personas que perecieron con la caída al abismo de las cuerdas del puente, es la tarea que asume fray Junípero, un personaje que cuenta con antecesores tan ilustres como Sherlock Holmes, o su sosias contemporáneo, el fray Guillermo de Baskerville de El nombre de la rosa.
EL PUENTE DE SAN LUIS REY
Dirección: Mary McGuckian. Intérpretes: Gabriel Byrne, Robert de Niro, Pilar López de Ayala, Kathy Bates, Harvey Keitel, Adriana Domínguez. Género: drama, España-Reino Unido, 2003. Duración: 105 minutos.
Así las cosas, las confesiones del monje (Byrne) a un tribunal eclesiástico, encabezado por un soberbio y altivo Robert de Niro, son el hilo argumental que el filme recorre. El conflicto es la excusa para una descripción de cada uno de los personajes principales, y tal vez sea en esta funcional estructura detectivesca, caleidoscópica y que confluye en un punto y un momento precisos, lo que esté detrás de la elección de la novela para ser nuevamente adaptada. Pero Mary McGuckian sólo demuestra su admiración por la novela, a la que sigue fielmente, pero no su capacidad para extraer de ella un guión plausiblemente cinematográfico.
El problema de El puente de San Luis Rey no es, pues, ni la trama, ni su estructura, sino ese sentimiento cansino que destilan sus imágenes, ese desaprovechamiento de las grandes bazas con que la directora podía contar para llevar su nave a buen puerto. Pálida ilustración de los episodios de la novela, no siempre inspiradamente reconstruidos (ayuda a esa sensación de extrañeza el hecho de que se nos pretenda hacer creer que estamos en el Virreinato del Perú, cuando para un espectador hispano no son demasiado difíciles de identificar los escenarios, muchos de ellos malagueños, en que transcurre la acción), el desarrollo del filme parece impulsarse más por lo que está en el libro que por lo que destila una dramaturgia coja. De forma que lo único que queda en pie es la impecable factura de algunos de los rubros técnicos (el vestuario, la fotografía de Javier Aguirresarobe) y algunos, pocos, momentos protagonizados por uno de esos elencos que sobre el papel resultan impresionantes, pero lo son menos cuando quien los dirige no sabe muy bien qué pedirles a los ilustres profesionales.
Babelia
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