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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Redoble sangriento

Los atentados masivos del fin de semana en lugares santos chiíes ponen de relieve el irrespirable clima pre-electoral iraquí. A seis semanas de los comicios, los ataques suicidas de Nayaf y Kerbala, con casi 70 muertos, están destinados a provocar un enfrentamiento sectario entre chiíes y suníes que se lleve por delante la posibilidad de convivencia. La amenaza de coches bomba lanzándose contra los colegios electorales el 30 de enero es más que verosímil, pese al previsto refuerzo para la ocasión de varios miles de soldados estadounidenses.

Las elecciones iraquíes van a ser, en cualquier caso, sui géneris: lastradas por un inaudito clima de violencia, previsiblemente boicoteadas por una parte de la etnia suní (alrededor del 20% de la población), que se benefició del poder durante la larga noche de Sadam Husein, en un país ocupado y donde la agenda política viene dictada por combates, asesinatos y secuestros. Nadie en el entorno de Irak, por otra parte, quiere unas elecciones medianamente representativas, que forzarían inevitablemente cambios en los corrompidos y dictatoriales regímenes de la región. Los escrúpulos presuntamente democráticos de los gobernantes árabes en torno a estos comicios son un insuperable ejercicio de cinismo.

La prevista cita con las urnas del 30 de enero -un voto nacional, sin circunscripciones, para cubrir los 275 escaños del Parlamento- será básicamente el pronunciamiento de un electorado del todo inexperto, cuyas lealtades no van más allá del credo religioso, la tribu o el grupo étnico. Y por razones obvias va a celebrarse en ausencia de cualquier debate político digno de tal nombre. Pero, pese a sus formidables dificultades, representa un escalón importante dentro de un plan complejo, que pretende redactar una Constitución y formar un Gobierno provisional que abra camino a elecciones generales quizá dentro de 2005. Por ello es relevante la concurrencia suní y la legitimidad de la Asamblea.

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Mientras los mayoritarios chiíes, abanderados por el gran ayatolá Alí Sistani, promueven una participación masiva a través de un bloque unificado -como los kurdos-, influyentes líderes suníes propugnan la abstención, al abrigo de la extrema violencia en las zonas donde predominan. Pero el proyecto estadounidense para Irak necesita imperativamente de los suníes; y, mientras haya tiempo, Washington y el primer ministro, Ayad Alaui, deben agotar los medios para conseguirlo. Un Gobierno representativo y un proceso constituyente, por imperfecto que sea, marcarían un hito en una de las regiones más arbitrarias del planeta.

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