El artista
Ronaldinho pertenece a una tradición de brasileños embajadores del Barça. Cada vez más globalizada, la industria necesita referentes y las estrellas ayudan a difundir identidades fácilmente asimilables para el espectador-consumidor. En este caso se solapan tres niveles de identidad. Primero, Brasil, que proporciona talento, patriotismo mediático y compromiso con una selección que parece un ejército mitológico. En segundo lugar, el Barça, que a rebufo de Ronaldinho ha creado una ola de simpatía entre los aficionados más jóvenes. Y por último, los patrocinadores, que van ganando terreno identitario hasta el punto de que Nike y Adidas son las dos auténticas superpotencias de este planeta.
Los antepasados más próximos de Ronaldinho son Romario, Ronaldo y Rivaldo. Romario era técnicamente perfecto y emocionalmente frío, tan consciente de su calidad que ni siquiera creía necesario adular a un público que aprendió a no molestarle mientras dormía. Ronaldo era un fenómeno, pero vivía como un esclavo de lujo, secuestrado por sus propietarios, que acabaron escondidos en el maletero de un coche. Rivaldo era un delantero extraordinario y orgulloso con la melancolía de un llanero solitario. Ronaldinho, en cambio, aporta un carisma basado en una mezcla de espontaneidad, calculada ingenuidad y una expresión corporal de juego de ordenador, con muchos efectos especiales y retos que deslumbran a todos los públicos.
Encallado en el París Saint-Germain, decidió apostar por el Barça para proyectarse hacia el infinito y más allá. Buen compañero, exigente, generoso y sin la candidez de algunos de sus compatriotas, Ronaldinho contribuyó de un modo decisivo a afianzar a Laporta y Rijkaard. Su sonrisa diluyó la crispación y su fútbol, a ratos demagógico y plagado de experimentos, encandiló a los amantes del lado más artístico de este deporte. Sólo le falta un título para ser coherente y va camino de conseguirlo.
La prueba de que ya está integrado en el universo barcelonista es que el sábado ya le pitaron y hay quien opina que Deco debería llevarse el premio que ayer recogió este risueño artista brasileño. Lejos de ofenderle, eso debe hacerle entender que ya es uno de los nuestros y que, como tal, recibe el trato de la casa, que nos lleva a ser tan agradecidos como quisquillosos.
Para el fútbol global, que Ronaldinho reciba este galardón invita al optimismo. Es creativo, valiente, respetuoso con sus compañeros y sus rivales, listo, preocupado por aprender y mejorar, discreto en su vida privada y, a diferencia de sus predecesores, necesita el cariño de la afición. Es una necesidad mútua, que conste. Entre los rituales de este nuevo Barça está rezar y encender cirios antes de los partidos para que el brasileño no se lesione y por fin pueda conseguir un título que él necesita tanto como nosotros.
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