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Columna
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Los ánsares de Doñana (y 3)

En el avión comentamos un artículo del New York Times aparecido para nuestra sorpresa el mismo día del vuelo y que se titula "Islandia aguanta el invierno pero sueña con España". La periodista, Sarah Lyall, ha querido saber cómo sobrellevan las gentes de Reikiavik -capital más septentrional del mundo- la dura prueba de esta estación, cuando la oscuridad se adueña de la isla (en diciembre apenas hay unas cinco horas de tenue claridad). ¿Se generaliza la depresión? Aunque las respuestas tienden a negarlo y hasta señalan ciertas ventajas -el privilegio de poder contemplar la aurora boreal, las aguas termales, los magníficos y compensatorios veranos o el estímulo para la lectura (las ventas de libros se disparan durante estos meses)-, Lyall no se lo cree del todo. Encuentra en los islandeses un admirable fondo de resignación. Llevan mil años aguantando. Pero sus fantasías siguen tiñéndose de azul mediterráneo.

Nosotros hemos venido, de todas maneras, para saber de ánsares comunes, aprovechando la invitación de dar una charla sobre Lorca y de participar en el lanzamiento de la traducción de Yerma preparada por la hispanista Margrét Jónsdóttir y el conocido actor Karl Gudmundsson. Hablando con naturalistas en Doñana, así como buceando en diversas publicaciones sobre el Coto, uno había creído colegir que, entre la población de gansos que pasan el invierno en las marismas onubenses, están no pocos procedentes de Islandia. Parece ser, sin embargo, que no es el caso y que la inmensa mayoría de los ánsares comunes islandeses invernan en Gran Bretaña e Irlanda, sin continuar hasta la desembocadura del Guadalquivir. Nos lo asegura el ornitólogo islandés de más prestigio, Óli Nielsen, que nos explica que hasta la fecha ningún ánsar anillado en Islandia ha sido identificado en la reserva andaluza (de la cual demuestra tener un conocimiento considerable al hablarnos de la importancia que para la alimentación de los gansos van adquiriendo progresivamente los arrozales del Preparque). Nielsen evoca con nostalgia las visitas a Islandia de Sir Peter Scott, ya fallecido, y de su lucha, al lado de los ecologistas islandeses, por impedir que el Gobierno cometiera la barbaridad de degradar, en aras de su política energética, los hábitats de los ánsares en el interior. "Aquí la conservación topa con tantos problemas como en Doñana", comenta. "No podemos bajar la guardia un solo minuto".

Si ha sido una decepción descubrir que los ánsares de Doñana no son islandeses (sino más bien, al parecer, noruegos), poder pasar unas horas entre los nuevos amigos de Reikiavik ha permitido superar con éxito el contratiempo. Mientras Margrét Jónsdóttir nos conduce por un alucinante paisaje nevado de aspecto lunar, salpicado de cráteres, geyseres y ríos helados, la conversación vuelve, insistente, a España, a Extremadura, a Andalucía. Después se junta con nosotros Álfrún Gunnlaugsdóttir, autora de una reciente novela sobre la batalla del Ebro que ha tenido un éxito considerable y que con suerte aparecerá próximamente en España. Formidable club internacional, el de los hispanistas.

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