No a la guerra
Este periódico les llama insurgentes: un cuidado ético más que lingüístico. Yo estaba más acostumbrado a insurrectos, que me transmitió mi madre de la guerra de Cuba. Esta elección da una cierta nobleza, la cual no los exime de la brutalidad de las ejecuciones sumarias espeluznantes. También podríamos llamarles guerrilleros, palabra de origen español: nuestros guerrilleros, nuestros insurgentes, tampoco eran delicados con los franceses. Los de Irak siguen defendiendo su antiguo país contra los ocupantes de EE UU y los colaboracionistas: el maquis francés hizo lo mismo. La guerra es una barbarie, con uniforme o chilaba y turbante, con la sotana remangada del Cura Santa Cruz, trabuco a la espalda o apretando el botón de un misil.
Bien, los insurgentes redoblan sus ataques, su terrorismo -terroristas es el nombre que les dan los bushianos-, a medida que se aproxima el juicio a Sadam. Es un juicio ilegal que carga sobre los ocupados la responsabilidad de la pena de muerte y la ejecución que practican sus captores, los marines. Ciertamente, la manera en que Sadam se desprendió de sus enemigos no fue tampoco legal: como no lo es lo que hace Sharon con los palestinos, lo que tal vez hizo con Yasir Arafat o lo que los ucranios han hecho con el jefe de la oposición. Puro veneno. No es legal lo que está haciendo Putin con los movimientos chechenos, ni siquiera contra una insurgencia que aparece, y no sólo en Ucrania, como inspirada por Occidente.
Esto es así, y en ello estamos metidos todos, como autores o como víctimas: son nuestros regímenes, ora con urnas, ora con dictaduras, ora con trampas morales y hasta religiosas, los que nos representan en la barbarie. Son los que inventan sus razones. Los casus belli de la diplomacia antigua, aquellas circunstancias que hacían inevitable el asalto o la defensa, no eran más justos, y los historiadores y sociólogos de las guerras saben muy bien que la decisión de guerra se toma antes, y el casus belli se produce después para justificarla. Kissinger inventó el ataque de una cañonera a un barco americano para la guerra de Vietnam. La gente también lo sabe. Cuando salió a la calle diciendo "no a la guerra" sabía lo que iba a pasar en Irak: una guerra continua. Y también sabían o intuían que la guerra podría llegar a la estación de Atocha.