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Columna
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Horas en el Artium

El ámbito del Artium vitoriano ofrece estos días un panorama de arte muy completo y variado. Por una parte, está el montaje de los trabajos conjuntos de María Luisa Fernández y Juan Luis Moraza, vistos en primera instancia tras un hueco abierto en el muro en forma de ventana. Es una summa espectacular de arte conceptual, cuyo empeño mayor parece no fuera otro que poner en orden los esmorecidos sueños del inconsciente. Por otra, a este lado de esa ventana y su forma, en un espacio más grande, se puede ver un amplio muestrario de obras procedentes del Museo de Bellas Artes de Álava bajo el epígrafe La colección en contexto 1973-1985.

Si bien el paso del tiempo ha echado una lluvia de canas sobre algunas obras, en conjunto prima una notable calidad. La exposición es atractivísima, un reencuentro con obras y artistas que uno estima sobremanera. Por si fuera poco, hay que recordar la existencia harto palpitante de la colección permanente. Desde los primeros días del Artium, cuando acudíamos a ver tal o cual exposición, siempre acabábamos por hacer una visita obligada, felizmente obligada, a la colección permanente y a cuanto se atesora en ella.

No sé si todavía hay algo más por ver en Artium, además de la exposición titulada Huellas dalinianas, abierta hasta el 27 de febrero de 2005. Esta exposición estuvo con anterioridad en el Reina Sofía. Consiste en un sinnúmero de obras de pequeño formato, muchas en papel. Junto a piezas de indudable valor, otras no pasan del aprobado raspado, cuando no merecen un suspenso total.

Cierto es que en lo concerniente al capítulo historicista todo el legado es un documento interesantísimo. Ahí están los dibujos de Federico García Lorca. Son poca cosa en apariencia, mas qué emocionante ternura comportan. Como emoción suprema nos producen las acuarelas de Alberto Sánchez y, sobre todo, las esculturas suyas, una de ellas fechada en 1925, que por sí sola vale por toda la exposición. Otras muchas obras merecen nuestra atención, tales las de Nicolás de Lecuona o las de Benjamín Palencia, como la realizada en 1935 por Óscar Domínguez, además de una tremebunda de Luis Fernández, y otras muy dalinianas, firmadas por Jaume Sans, González Bernal, Ángel Planells, Esteve Francès, Joan Massanet, entre otros.

No obstante sean evidentes y masivas las huellas dalinianas, en no pocos casos en esas huellas se atisban ecos de otros artistas, como Picasso, Giorgio de Chirico, Miró, Max Ernst, Arp y algún otro más. Al modo de colofón o simplemente como excusa quizá se podía inscribir aquí lo que Pascal dejó dicho: "El último destino de la Razón es ver que hay infinitas cosas que pasan más allá de ella".

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