Glosas y hojas sueltas kantianas
Estas reflexiones morales, desperdigadas entre 1764 y 1804, es decir, antes de la Dissertatio (1770) y después de la Metafísica de las costumbres (1797), pertenecen al legado kantiano, a su obra póstuma. Se trata de más de setecientas notas fragmentarias y esquemáticas, que recogen ocurrencias, reflexiones rápidas, fracciones de ideas. No sirvieron de borrador para ningún libro, sólo son glosas o apuntes sobre manuales que utilizaba normalmente el profesor Kant u hojas sueltas sin más. Los propios editores hablan de su valor muy irregular, y de cómo, en ocasiones, no parecen tener (no tienen) valor alguno. Escritas, además, para uso exclusivamente privado, su publicación traicionaría la intención de Kant.
REFLEXIONES SOBRE FILOSOFÍA MORAL
Immanuel Kant
Traducción de J. G. Santos Herceg
Sígueme. Salamanca, 2004
256 páginas. 14,42 euros
Pero los editores justifican su publicación, porque, según dicen, la humanidad tiene derecho sobre la obra de los genios. Son interesantes, de algún modo, para la evolución de la filosofía moral kantiana (incluso para la del derecho y la religión). Y, de algún modo, también, testimonian la tensión, esfuerzo y contradicciones de la aventura del pensar de un genio.
¿De qué tratan estas Reflexiones? De la libertad, del bien supremo y de Dios, dice bien Santos Herceg, resumiendo, en su luminosa introducción, necesaria, por otra parte, en este revuelto de anotaciones. Y con estos tres temas, bien espigados entre los cientos de glosas y hojas sueltas, tenemos ya prácticamente todo el tenor de la moral kantiana. No sé si los grandes libros de moral de Kant se entienden mejor desde estas notas o estas notas desde ellos.
En cualquier caso, la sugerencia de Santos Herceg es iluminadora. En efecto. La libertad, como carencia de ley, significa, por una parte, independencia de toda imposición externa, pero, por otra, dependencia de la naturaleza e inclinaciones. Por eso puede convertirse en "un monstruo peligroso", fuente de todo mal y de caos. Y por eso hay que regular su uso, es decir, subordinarla al imperio de la todopoderosa razón legisladora. Claro que no tan todopoderosa: puede ofrecer criterios formales, reglas teóricas y generales de juicio y uso moral, pero a la hora de motivar a la acción queda un tanto inerme ante la fragilidad humana. Los motivos morales, "puros" y "celestiales" (la virtud por sí misma, el deber por el deber, la satisfacción con uno mismo, la bondad interna de la acción misma), no excitan tanto al animal humano. La razón también es débil, las pasiones y sentimientos tienden a ser móviles de la acción, más poderosos que ella y toda su pureza celestial: hay, pues, que aprovecharlos como empuje, sin dejarse dominar por ellos. Se trata del Kant más humano: hace falta reforzar el poder de la moralidad con el interés, aunque sin mezclarla con él, que sólo es el vehículo para su fomento. Y entre pasiones, sentimientos, inclinaciones, el interés móvil más confesable es el deseo de felicidad.
Y sólo la virtud hace digno de ser feliz: la felicidad es consecuencia de la moralidad, un premio, aunque gratuito, suyo. Pero ¿quién puede premiar al hombre bueno?, ¿cómo conseguir el sumo bien, la unión de ética y felicidad, de buen comportamiento y bienestar?, ¿quién es el juez que reparte felicidad en virtud del mérito moral? Ni la voz de la conciencia ni la opinión de los otros: sus juicios siempre son relativos, dudosos, discutibles, se les puede hacer caso o no.
El ser humano no es el mejor juez de sí mismo. Moralmente, sólo Dios puede otorgar premios (o castigos). Sólo en virtud de la existencia de Dios, el bueno, el digno de felicidad, puede esperarla de hecho. Aunque Dios no esté obligado a otorgarla, pues ante él no tenemos mérito alguno, sólo obligaciones. Nadie tiene asegurada, pues, la felicidad, que, en definitiva, es un don gratuito de Dios (aunque de un Dios bueno también).
La religión sostiene, de este modo, la moral (en la esperanza y con una sana punta de incertidumbre): el interés móvil es religioso. La promesa o amenaza, que han de encerrar todos los mandamientos morales para mover al ser humano a la acción buena, son religiosas. La unidad entre ética y felicidad, la esperanza de felicidad humana, acaba fundada en la religión, en la existencia de Dios, que a la vez se fundan en la urgencia, también muy humana, de esa unidad y esperanza. Sin todo este tinglado, ni la acción ni la vida del hombre tienen sentido. Pero como han de tenerlo
... Todo muy moderno, e ilustrado, la verdad. Entre Kant y santo Tomás, mano a mano, copan todo nuestro imaginario de sentido.
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