Visiones a flor de piel
En el curso de las últimas décadas, las referencias recurrentes al textil, al vestido erigido en artificio escénico, a la araña que teje una hebra que es secreción del propio cuerpo, al lecho y a su ajuar, al cabello o a la sangre, se han impuesto -ya sea con mayor énfasis político como en registros de corte irónico o de inclinación más lírica- entre los tópicos dominantes en la iconografía asociada a la edificación de un discurso específico de la feminidad. Y tal vez sea ese lastre, el rastro de unos clichés que tantos ecos despiertan, y que, de hecho, no encontramos en otros ciclos anteriores de la artista, lo que distorsione en parte, sin duda injustamente, la percepción de esta obra que encierra, en ejecución impecable, aciertos poéticos de notable hondura.
LUZ ÁNGELA LIZARAZO
Galería Magda Bellotti
Fúcar, 22. Madrid
Hasta el 8 de enero de 2005
Afincada desde hace unos
años en España, Luz Ángela Lizarazo (Bogotá, 1966) demuestra con esta primera exposición personal en Madrid, bajo el título de Pintar la piel, un potencial imaginario y refinamiento emotivo que le permite extraer, de los esquemas más obvios, inflexiones de sugerente e insospechada ambivalencia. Para mi gusto es en la obra sobre papel donde el acierto de la artista colombiana tiende a resultar más sutil y constante, al igual que en el ondulante entrelazado capilar trazado en La frágil piel de la memoria, donde el dibujo se expande hacia la escala del muro y asimila, en melódica analogía, la pauta de germinación del motivo a la morfología del soporte.
Y ya en ese tránsito hacia las propuestas objetuales, las de mayor interés de la muestra se sitúan, de entrada, en los pequeños pies desnudos de los que brota una siembra verdadera y, sobre todo, en la simetría que establecen las almohadas ancladas a un lado y otro del muro, con las cabezas de las durmientes dibujadas en su tela, de las que emana esa sanguínea cabellera por la que fluye entre ambas, con su latido enigmático, la savia de los sueños.
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