William Brodrick novela en 'La sexta lamentación' los fantasmas del Holocausto
El escritor, ex monje y ex abogado, mezcla ficción y realidad en el París ocupado
Memoria, culpa, mal, redención, perdón, castigo... Ha apostado fuerte William Brodrick (Bolton, Gran Bretaña, 1960), al escoger el universo de su primera novela, La sexta lamentación (Alfaguara), presentada recientemente en Madrid. El thriller recupera el París de la Segunda Guerra Mundial, la ocupación y los fantasmas del Holocausto, para trazar una historia en la cual ficción y realidad se cortejan y refrescan hechos espeluznantes como la redada de Vel d'Hiv, del 16 de julio de 1942, "tras la cual 4.051 niños fueron separados de sus padres y deportados a Auschwitz".
La sexta lamentación narra la historia de un monasterio francés que cobija, al terminar la guerra, a un oficial nazi, dándole una nueva identidad. Tras 50 años, el escándalo es descubierto y el Vaticano encarga a un sacerdote, Anselm ("lo llamé así por un filósofo y abogado medieval muy interesado en la relación entre fe y razón"), averiguar por qué la Iglesia ayudó a escapar a un criminal de guerra.
"Escribí el libro por instinto, por intuición, sin plan ni ambiciones literarias, pensando sólo en lo que me habría gustado leer, pero intentando que pudiera interesar a cualquier persona ávida de hacerse preguntas. Para eso, creo, lo fundamental es un hilo argumental sólido", dice Brodrick. El lance tenía algo de "ahora o nunca".
El bautismo, modestia al margen, ha sido con suerte: algunas reseñas han comparado su manejo de la intriga la del veterano John Le Carré. Un parentesco con el cual Brodrick no concuerda. "No creo que haya puntos de contacto entre su literatura y mi libro. Yo tenía 40 años cuando empecé a escribir lo que yo considero un primer ensayo para explorar temas como la fortaleza y la debilidad, el heroísmo y la cobardía, la santidad y su opuesto, el problema del mal y el paisaje del perdón. Sería absurdo pretender que todos ellos son tratados en profundidad en la novela; pero creo que sí los aborda", resume el escritor en un pulido inglés, que ha pasado por monasterios y tribunales antes de llegar a la literatura.
Ex fraile agustino ("lo fui por seis años, de los 19 a los 25; y lo dejé no por falta de fe, sino porque quería pertenecer al mundo ordinario, que también es un camino a lo sagrado"), abogado luego y, finalmente, escritor ("es lo que siempre he querido ser y espero que sea mi vocación definitiva"), Brodrick señala que la novela es, en parte, una suerte de "homenaje" a la memoria de su madre, una resistente en la Segunda Guerra arrestada por la Gestapo por intentar esconder a un niño judío y en quien se inspira uno de los personajes del libro.
"Mi madre nunca habló de su experiencia en la guerra en forma heroica", dice. "Ya adulto, me di cuenta de la relevancia de sus elecciones morales de mujer de 20 años. El libro no es un testimonio fiel de sus acciones, sino un homenaje a aquello que yo aprendí de ella".
Toga y sotana
Anselm, el protagonista, es una suerte de álter ego literario del autor, que hace el camino inverso al de su propia vida: de la toga del abogado se pasa a la sotana. "Fue una decisión calculada. Pensé que mi pasado podía ser una escuela, un aporte a mi escritura. Creo que el personaje es interesante porque como abogado conoce profundamente lo mundano, y como monje está centrado en la reflexión, en lo abstracto. Pero no lo construí desde el dogmatismo: en la novela todas las dudas las plantea él".
La formación espiritual de Brodrick ha incidido en sus decisiones literarias ("escogí el territorio moral de la Francia ocupada porque para mí es una metáfora del mal"), pero no sólo en ellas. "Toda pregunta por el sentido de la vida", afirma con convicción, "es en esencia un cuestionamiento sobre nuestra relación con Dios".
Babelia
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