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Columna
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La arenga

Manuel Rivas

En cada época domina una forma de narrar y explicarse. Estábamos en W. G. Sebald, en Vila Matas, en Elfriede Jelinek, en Ferlosio, en el ensayo novelado, en la ironía metaliteraria, en la duda cáustica, y viene José Bono con la arenga de la Inmaculada (Tomo I). Dice Joan Corominas que es de probable origen gótico. La arenga, no Bono. De harihrings, que vendría a ser 'reunión de soldados en círculo'. Y que el vocablo adquirió en las lenguas romances un carácter literario. Su expansión como forma oratoria conativa coincide con la Contrarreforma. Desde entonces se multiplicaron los arengatorios y nuestros liberales del XIX tenían que exiliarse a Londres, a la esquina de Hyde Park, para escapar ya del micro de Jiménez Losantos. Hay gente que sólo ver un micro le sale la arenga bordada. En una reciente exposición en Barcelona, titulada En guerra, podía verse muy diverso armamento, pero lo que más miedo metía era el micrófono de Queipo de Llano. La historia semiótica del franquismo tiene esa forma de una arenga encadenada que causaba sabañones en las orejas. La metamorfosis civil de la arenga es el discurso apodíctico, el que no permite réplica. En realidad, todos los españoles, empezando por los soldados, hemos sido demasiado arengados. Por eso, Alberto Oliart y Narcís Serra fueron magníficos ministros de Defensa: llenaron de inteligencia el silencio. En la arenga, el tono es el mensaje. A la derecha, por boca de Gabriel Elorriaga, la arenga de Bono le ha parecido bien. En consecuencia, le pide que dimita. Esta gente tiene un sentido muy patrimonial del retintín. Andan a su arenga. Todos esperábamos brillantes piezas de Federico Trillo, con pedigrí de patriota y caballero. Pero perdió el jinete, como diría sir John Falstaff, cuando tasó en un euro la libertad de prensa. Bono, al menos, devolvió una medalla. Quizás a Bono le pase lo que al pasodoble: que la música es mejor de lo que suena. La arenga es un género transversal, contagioso. También hay una izquierda de arenga, como la que quiere enviar a Gaspar Llamazares al Speakers' Corner de Hyde Park. Allí donde fue a parar tantas veces la anti-España, es decir, la mejor España.

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