El desmayo italiano
El 26 de septiembre, en Udine, a 13 minutos del final del partido que enfrentaba al equipo local con el Brescia, Daniele Mannini marcó su primer gol en la Primera División. Si hubiera hecho caso a los comentarios de la prensa, Mannini, de 21 años, se habría retirado del fútbol al día siguiente. Aquél fue un gol maldito. "Una bajeza" para unos; "una desgracia" para otros. Mannini, el debutante del Brescia, marcó desde fuera del área cuando el portero rival, De Sanctis, estaba en el suelo quejándose de un golpe. Vergüenza eterna para Mannini. Su equipo, el Brescia, ganó 1-2, pero Mannini se fue al vestuario con lágrimas en los ojos.
Repetición de la jugada, a cámara lenta. Minuto 32 de la segunda parte. Un balón cuelga sobre el área del Udinese. De Sanctis sale y choca con un contrario, pero el balón es despejado. El guardameta, en pie, sigue la trayectoria del balón hasta que éste cae cerca de Mannini, en el pasillo del 8. Justo en ese momento, cuando comprueba que no se genera un contraataque sino que continúa el acoso sobre su área, De Sanctis se desploma. Mannini tira y, a puerta vacía, marca. ¿Verguenza eterna para Mannini?
Fabio Capello prohíbe a sus jugadores lanzar el balón fuera cuando un rival se haya desvanecido
Morgan de Sanctis había sido la enésima víctima de una enfermedad endémica entre los futbolistas italianos: el desmayo repentino. No parece que se trate de un mal contagioso, porque no se ha propagado a otros países. En Italia, en cambio, hace estragos. El desmayo debe ser doloroso, a juzgar por los gestos del afectado, pero dura muy poco tiempo: el justo para que un rival, alertado por los gritos de los compañeros de la víctima, demuestre su fair play lanzando fuera el balón. Entra el masajista, el caído se alza trabajosamente, cojea hasta la banda, bebe un trago de agua y salta de nuevo al césped en plena forma.
El desmayo italiano es muy característico porque sólo ataca en situaciones tácticamente convenientes. Jamás se ha desvanecido nadie que estuviera a punto de marcar. En cambio, cuando el contrario roba un balón y monta un contragolpe, el desmayo está asegurado.
O quizá ya no. Porque el doctor Capello ha descubierto una cura. Fabio Capello, el gran dictador del calcio, el hombre que lo ha ganado todo, que ha escrito todos los manuales de gramática parda y conoce todos los trucos del libro, pegó el sábado un golpe de mandíbula al aire e hizo un anuncio urbi et orbi: "A partir de mañana", dijo, "los jugadores de la Juventus no lanzarán el balón fuera de banda cuando un adversario esté caído. Se ha pasado de la falta táctica a la falta de desvanecimiento. Sólo pararemos si alguien se hace daño en la cabeza. Lo demás es asunto del árbitro, que puede parar el juego cuando lo juzgue conveniente".
Las palabras de Capello fueron acogidas con aplausos por los demás técnicos del calcio (menos Roberto Mancini, el Adonis del Inter, tan chulo como Capello y por tanto obligado a llevarle siempre la contraria). Es decir, los propios creadores del misterioso virus decidieron producir una vacuna. Ya inventarán otra cosa. El desmayo italiano tiene tanto futuro como el paludismo en Puerta de Hierro. Se acabó, afortunadamente.
Seguirá habiendo quien caiga al suelo, con un problema de verdad. Y seguirá existiendo el fair play de verdad. Como el que exhibió Paolo di Canio hace cuatro años, cuando vestía la camiseta del West Ham inglés. Estaba a punto de marcar y vio al portero del Everton sobre el césped, fuera de combate. Se detuvo, cogió el balón con las manos y llamó al árbitro. Todo un señor. Aquello fue juego limpio. Ojalá tenga oportunidad de hacer algo así el pobre Mannini, para olvidarse de aquel maldito gol de debutante y de aquel maldito desmayo italiano de De Sanctis.
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