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Columna
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Provinciales

Poco a poco se difuminan las fronteras en esta aldea global en que se ha convertido el Planeta Azul. En ocasiones, como en Europa, el proceso comenzó teniendo un motor económico, que fue y sigue adquiriendo tintes políticos, administrativos y culturales. La Unión Europea lleva una marcha lenta, quizás necesaria debido a los obstáculos que se han de ir superando. La marcha rápida, en el ámbito de la perdida de perfil de las fronteras, la pusieron los emigrantes en el país valenciano durante los últimos años. Esa marcha legal, ilegal o alegal la motivó la necesidad de una situación económica precaria. Se dibuja con cara de pateras o con autobuses que parten desde Bucarest para convertir a miles de rumanos en conciudadanos valencianos, especialmente castellonenses, que intentan lograr aquí techo y pan. Algún día no muy lejano se ocuparán los estudiosos de la geografía humana que estos desplazamientos masivos de población, y de las vaporosas fronteras administrativas de los estados que la necesidad borró, en un relativamente corto espacio de tiempo. Y mientras ocurre lo anterior, suenan a hueco los manifiestos, parlamentos y discursos que se mueven en las pantanosas aguas de los nacionalismos excluyentes de cualquier tipo; y cabe incluir entre esos nacionalismos el que se disfraza de defensor de la idiosincrasia regional y se proclama defensor de una señas de identidad valencianas; señas de identidad que los modernísimos defensores de la patria valenciana dejaron abandonadas ya hace tiempo en la cuneta de la historia. Y de la historia con mayúsculas también se olvidan con frecuencia los nacionalistas de cualquier signo, o se fijan únicamente en aquellos aspectos del pasado que prestan apoyo a sus posturas, dejando de lado lo demás. Fíjense, si no, en la defensa numantina o saguntina para los patriotas de aquí que han hecho los adalides del PP castellonense de las demarcaciones provinciales en la provincianista Diputación de Castellón. Les bastó que el ministro madrileño de Administraciones Públicas, el diputado castellonense Jordi Sevilla, hiciera una escueta referencia a las reformas que necesitan las diputaciones, para que el también castellonense y vicepresidente del Consell de la Generalitat Valenciana, Víctor Campos, saliera a la palestra señalando de forma solapada con el dedo acusador al ministro por "querer volver a una sociedad medieval". Y eso que Sevilla sólo habló, y con cierto tino de remodelar las funciones de las provinciales diputaciones. Se olvidó Víctor Campos de que las diputaciones tienen un origen medieval y estamental (ahora judicial); que históricamente aparecieron y desaparecieron y volvieron a aparecer cuando se crearon las actuales demarcaciones provinciales allá por 1833. Y se olvidó de que las demarcaciones provinciales que esbozaron las famosas Cortes de Cádiz y que se intentaron implantar durante el Trienio de Riego son un calco de la división centralista y jacobina francesa, que tradujo el centralismo en departamentos y prefectos allá, y aquí lo tradujo en provincias, gobernadores civiles y diputaciones con funciones poco nítidas. Se olvidó de que las provincias o demarcaciones provinciales fueron una vez 18, y otra 52, y otra 49, y otra 51 y mañana dios dirá. Porque los límites provinciales, con ser todos los límites y fronteras vaporosos, lo son más. Y en ocasiones más difuminados e inconsistentes en democracia, que la poco democrática forma de elegir a los actuales diputados provinciales a partir de los anquilosados partidos judiciales.

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