¿Quién teme al auge del golf?
El gobierno autonómico ha anunciado una ley reguladora e impulsora de los campos de golf en el País Valenciano. Los argumentos que aduce son difícilmente rebatibles. Hay una demanda creciente de estas instalaciones deportivas; su rentabilidad está constatada, como revela su abundancia y aumento incesante; regenera espacios degradados, revalorizando los paisajes y dinamizando social y económicamente el entorno; en nuestro caso, además, puede descongestionar la franja litoral y contribuir al desarrollo de las zonas interiores, respetando y aun promoviendo la flora y fauna autóctonas, y muy especialmente los usos agrícolas. No son éstas todas sus ventajas, pero nos parecen suficientes para justificar el proyecto.
Se objetará, obviamente, que no hay agua bastante, pues existen opciones preferentes sobre los caudales disponibles. A lo cual, el Gobierno razona que los campos de golf no aumentarán el déficit hídrico, pues vendrán al mundo con su propia agua debajo del brazo, que no se regarán a costa del consumo agrario ni podrá echarse mano de las aguas trasvasadas, si es que algún día se realiza el PHN. Tampoco se quiere que sirvan de pretexto para llevar a cabo vastas iniciativas urbanísticas. Unas auditorías ambientales periódicas velarán para que se cumplan las previsiones. En fin, que no se ha dejado nada al albur.
A mayor abundamiento, la proliferación propuesta de campos de golf no es, ni mucho menos, consecuencia del censo de aficionados y practicantes, ni del deseo de democratizar este deporte haciéndolo más accesible a todas las clases y fortunas, aunque no se soslaye esta finalidad. La causa decisiva de este planteamiento a gran escala es la necesidad de buscarle un complemento al sector turístico, saturado de sol, playa, bocata y botellón, atrayendo clientela más rentable y desestacionalizada. Al mismo tiempo, abrir nuevos horizontes lucrativos al negocio inmobiliario y de la construcción, beneficiario lógico de esa nueva demanda potencial que en buena parte se afincará en esta reserva gerontológica que se propicia.
Sin embargo, a nadie debe chocar que en algunos segmentos sociales -la izquierda, los ecologistas, la gente de bien, etcétera- aliente la desconfianza y teman que a la sombra el cultivo de la cespitosa y de los palos de golf se prolongue el saqueo y la degradación que han arruinado el paisaje litoral. Si llevamos años confiscando de su entorno natural algarrobos y olivos milenarios para trasplantarlos en jardines ridículos o pretenciosos, ¿quién garantiza que no se vayan al traste paratas y abancalamientos, oteros y secarrales que son todavía referentes de un país y territorio que pudo ser? ¿La ley, el empresariado, los políticos? Mucho habrán tenido que cambiar para aventar la codicia y complicidad que ampararon tanto desmán urbanístico como luce por doquier.
Hemos anotado una desconfianza y no debemos soslayar una constatación. Nos referimos al deslumbramiento que para ciertos gobernantes valencianos ha podido significar el denso despliegue de campos de golf, y no sólo en la región andaluza, donde se reproducen como hongos. "Son nuestras fábricas", ha declarado a este respecto el consejero de Turismo de la Junta de Andalucía. Ya se comprende, pues apenas tienen otras en la región, ni es la industria su vocación más notable. Pero no es tal el caso valenciano, donde sí hay, con sus achaques a cuestas, un sector industrial dinámico y exportador, por el que debiera mirarse más el ejemplo del norte, de Cataluña, donde la prosperidad va de consuno con el equilibrio sectorial. Pero ahora prima más mirar hacia el sur, que no resulta sospechoso.
Bromas aparte, diríase que el Consell tiene la industria como subalterna en el plano de sus preocupaciones. Tan es así que la Consejería de Empresa, Universidad y Ciencia parece ser un departamento virtual, como su mismo titular. ¿Qué planes tiene? ¿Acaso se conformará en ir cavando los hoyos y fabricando los palos de ese enorme colador golfista que propende ser el País Valenciano? Para eso no se necesita mucha I más D más I. El temor que nos suscita esta súbita querencia por el golf es, precisamente, que polarice nuestras energías y expectativas, como todo monocultivo.
MANÍACOS
He recibido un mensaje en el telefonillo móvil. Decía algo así como "no consumas cava catalán". No he sido el único destinatario y tampoco me sorprende este recuelo de campaña a la vista de las prédicas que airea una TV de Valencia. Están exaltados. A lo mejor se sosegaban si alguien tuviese la paciencia y oportunidad de divulgar la balanza comercial y el trenzado económico entre ambas autonomías. ¿Cuál de las dos perdería más si se bloqueasen los intercambios? Un desastre compartido. Pero la ignorancia es muy atrevida. Sin embargo, acataré la orden: estas fiestas cambiaré el cava por un blanco seco del Priorato. El tinto, valenciano. Brindis por los maníacos.
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