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Derrota sobre patines

A pesar del intenso ruido mediático y político audible desde hace meses, no había hasta hoy escrito ni una línea a propósito de las selecciones deportivas catalanas, de su reconocimiento internacional o de la batalla del hockey, y ello por varias razones. Ante todo, por pudor y sentido del ridículo: me considero agnóstico en materia de cultos deportivos, y el hockey, en cualquiera de sus variantes, me resulta tan ignoto como las danzas étnicas de los maoríes de Nueva Zelanda, de forma que opinar se me antojaba gratuito e impertinente. También estuve callado por escepticismo: sí, puede que en otras latitudes, donde los conceptos de pluralidad identitaria y simbólica gozan de mejor salud, un mismo Estado pueda sentirse representado en las competiciones deportivas internacionales por varias selecciones a la vez. Pero, desgraciadamente, España no es en estos ámbitos ni el Reino Unido ni Dinamarca, y no se precisaba viajar hasta Fresno para certificarlo.

Ahora, cuando el bonito sueño ha concluido, parece claro que la admisión provisional de Cataluña en la Federación Internacional de Patinaje (FIRS) -obtenida en Miami unos meses atrás- fue fruto de circunstancias muy coyunturales (un catalán en la presidencia de la FIRS) y, sobre todo, fue una victoria del factor sorpresa. Con vistas a la ratificación de la pasada semana en Fresno, sin embargo, el aparato político-deportivo del Estado español estaba ya sobre aviso, tuvo tiempo de prepararse a fondo y de urdir todas las maniobras y presiones que, estos días, van saliendo a la luz. Permítaseme subrayar que, en el caso que nos ocupa, las diferencias de estilo entre el PP y el PSOE han sido modélicas: mientras que los de Rajoy, de gobernar ellos, hubiesen gesticulado, vociferado y amenazado en nombre de la cuestionada unidad de la patria, el Gobierno de Rodríguez Zapatero obró con discreción, sin aspavientos pero sin escrúpulos (la alianza con ese diputado berlusconiano de Forza Italia no resulta muy ejemplar que digamos...) en pos del mismo objetivo que el PP: cerrar el paso a las aspiraciones de la Federación Catalana de Patinaje. Quién sabe, tal vez el talante consista en eso.

Según reza el viejo aforismo, la victoria tiene muchos padres, pero la derrota, en cambio, es siempre huérfana. Así pues, la resaca de Fresno ha consistido en un cruce de reproches e imputaciones de culpabilidad por el fiasco, mayormente entre el Partit dels Socialistes y Esquerra Republicana, y de hipócritas denuncias contra la "politización" del asunto, a la que todos contribuyeron con fervor. No está en mi ánimo contribuir a la ceremonia de la confusión, pero hay algunos hechos enteramente extradeportivos que me parece pertinente recordar.

Si cuando Cataluña ganó el Mundial B de hockey sobre patines, el presidente Maragall acudió raudo a Macao, declaró que un futuro partido Cataluña-España no le producía incomodidad alguna, que en tal hipótesis él mismo iría a animar a Cataluña y agregó: "Ganaremos, porque somos mejores". Si, pocos días después, el presidente Rodríguez Zapatero manifestaba en sede parlamentaria que nunca iba a producirse un choque deportivo Cataluña-España, ¿no dibujaban ambas posturas una contradicción flagrante, y por añadidura entre correligionarios? ¿No debería Pasqual Maragall haber tratado de negociar con el jefe del Gobierno español una flexibilización de la tesis de éste o, en caso contrario, no debió poner sordina a las alegrías verbales de altos cargos de su Administración y de su partido, e incluso a las suyas propias? ¿Es coherente, tras la fuerte apuesta simbólica de Macao, minimizar la derrota de Fresno y fingir ignorancia de las flagrantes presiones del poder central contra las pretensiones deportivas catalanas?

En las filas de la opinión publicada, el desenlace de la aventura internacional del hockey catalán ha dado lugar también a algunos análisis curiosos. Hay quien sostiene que reivindicar selecciones nacionales propias sólo sirve para generar frustración y resentimiento. Es verdad. Si en vez de empeñarse en conservar la lengua propia, en defender su identidad distinta y en reclamar algún autogobierno, los catalanes de las últimas cinco o seis generaciones se hubiesen castellanizado mansamente, si hubieran aceptado con ánimo feliz la condición provincial y periférica que les ofrecían, entonces sin duda la historia contemporánea de este país habría resultado mucho menos frustrante y menos conflictiva de lo que ha sido; ¡qué gozo, Cataluña convertida en un plácido remanso provinciano! La receta, por tanto, es clara, y cabe aplicarla también al nuevo Estatut, o a la mejora de la financiación: para evitar frustraciones, lo mejor es archivar de una vez todas las reivindicaciones colectivas.

Otro reproche que ciertos ceñudos censores han dirigido a partidos e instituciones catalanes es el de haber hecho política con el deporte. ¡Política con el deporte! ¡Qué horror, qué escándalo, qué vergüenza! ¿Dónde se ha visto nunca algo semejante? Como es público y notorio, ningún país del mundo ha utilizado jamás a sus selecciones nacionales del deporte más popular (sea el fútbol, el rugby, el béisbol o el hockey sobre hierba) o a sus equipos olímpicos para excitar el orgullo patriótico, para proyectarse internacionalmente, para superar en un terreno simbólico agravios o frustraciones históricas. Nunca, nadie. En esta línea, algún articulista ha llegado a exigir que se diga cuánto dinero público ha costado el apoyo de los últimos meses al hockey catalán. Es una demanda que hago mía, con una enmienda de ampliación: que se nos explique también cuánto dinero público lleva gastado el Estado español durante los últimos 50 años -o sea, desde los tiempos del general Moscardó y de don José Antonio Elola-Olaso hasta hoy- en la promoción política del deporte nacional, en el Comité Olímpico Español, en los fastos federativos, en las retransmisiones televisivas y hasta en los viajes de Manolo el del Bombo. Sería fantástico poder comparar, pero no confío en ello. ¿Cómo, si todavía no se ha desvelado el secreto de las balanzas fiscales de las comunidades autónomas?

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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