Subsuelo
Al regreso de un viaje, leo con detalle dos noticias originadas en Cataluña, aunque de alcance más amplio. De la primera supongo enterado a todo el mundo: la confirmación por parte de la comunidad científica internacional de que los restos hallados en un vertedero de Hostalets de Pierola corresponden a quien podría ser el ancestro común del hombre y el mono. Si bien con esto no puede afirmarse que dicho eslabón era catalán, sí queda establecido que el sujeto en cuestión anduvo por estas tierras en calidad de aborigen asentado o transeúnte.
La segunda noticia también trasciende el ámbito local, aunque no tanto. Es la concesión del Premio Nacional de Artes Plásticas a mi amigo Carlos Pazos. Acostumbrado a que lo que produce perplejidad rara vez obtiene respeto, esta concesión me alegra doblemente.
Pazos trabaja con materiales que también extrae, en cierto sentido, de los vertederos humanos: subproductos comerciales que son, a su modo, eslabones perdidos, vías muertas hacia el apartadero donde va a dar lo inadecuado, lo feo y lo inútil. Pequeños souvenirs de aeropuerto o tenderete, objetos de regalo y artículos suntuarios de ínfima calidad y peor diseño, a medio camino entre el ridículo y el espanto. La humilde fantasía del pobre y del ignorante que se resiste a quedar excluido de una sociedad de consumo cuyos productos de calidad le están vedados. Combinándolos, transformándolos y otorgándoles un rango para el que no fueron concebidos, Pazos construye un museo que podría ser horroroso y patético si no lo gobernaran el humor y la compasión. Es la visión de Pazos la que les otorga in extremis la limitada dignidad de los perdedores inocentes.
Por el subsuelo de una Cataluña que se crispa, ora y labora buscando un acomodo en el concierto general del universo, se encuentran seres de esta oscura especie. Uno que vino de no se sabe dónde, aquí se buscó la vida y a ciencia cierta aquí murió hace 13 millones de años. Objetos infortunados, recién fabricados, que son de todas partes y de ninguna. Cuando se acalla el discurso oficial, uno se reconoce en estos personajes aparcados, anónimos, frutos del azar y del apremio, que han ocupado el mismo lugar que nosotros de una manera fugaz, sobre fondo blanco y sin contexto.