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Reportaje:

Entre Cibeles y Neptuno a toda pastilla

Más de 100.000 personas asisten en el corazón de la ciudad al homenaje al piloto madrileño de rallies

J. A. Aunión

Cristian Crespo (21 años) cogió el coche en Oviedo el sábado a las 19.30 para recorrer los 450 kilómetros que le separaban de Madrid. Durmió en casa de un amigo y ayer se plantó a las 12.00 en la calle de Alcalá, entre la plaza de la Independencia y la de Cibeles, para poder ver en primera fila el homenaje del piloto de rallies Carlos Sainz (Madrid, 12 de abril de 1962), que anunció su retirada de este deporte el pasado octubre.

Después de la celebración, que terminó sobre las 17.00, Cristian tuvo que volver rápidamente a Oviedo, porque hoy entraba a trabajar a las cuatro de la mañana en una fábrica de pan. Una paliza de 900 kilómetros en dos días para asistir a la despedida de uno de los mejores pilotos de la historia, en la que hubo desfile de coches clásicos y de competición, un acto en el que las personalidades del mundo del motor, las personas más cercanas a Sainz y el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón -el Ayuntamiento, junto a Citroën, el equipo del piloto español, organizaron los actos- le rindieron homenaje. Pero sobre todo, lo que fueron a ver los 100.000 espectadores, según la organización, que asistieron -con una importante representación asturiana-, fue la exhibición de Carlos Sainz con su vehículo de competición por un circuito que salía de la plaza de la Independencia, seguía hasta la de Cibeles por la calle de Alcalá, y terminaba en la plaza de la Lealtad (Neptuno).

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Cristian había conseguido estar en primera fila. Pero no sólo para ver la exhibición, sino para escucharla y olerla. El espectacular sonido de los motores, acompañado de cuando en cuando de pequeñas explosiones secas, se mezclaba con el olor de la goma de los neumáticos quemada sobre el asfalto y el humo que se levantaba tras un cambio brusco de velocidad o durante los círculos que dibujaba el coche, en ocasiones, dando vueltas sobre sí mismo. Las caras del público se contraían en cada curva, algunos incluso se apartaban de las vallas de protección por lo cerca que pasaba de ellas el vehículo. Los rostros se relajaban al fin en una sonrisa o en gritos de emoción cuando salía de la curva sin llegar a rozar el quitamiedos.

Muchos espectadores vieron el espectáculo a través de una cámara de vídeo o de fotos. Algunos de los menos madrugadores, que se habían quedado más atrás, no dudaron en encararmarse a cualquier lugar elevado: desde las ventanas del primer piso de la Casa de América, hasta una papelera o el asiento de una parada del autobús en Cibeles, pasando por el techo de un quiosco en el paseo del Prado. También se pudo seguir el paso de los coches a toda velocidad por las calles más céntricas de la capital a través de dos pantallas. Una frente al edificio de Correos y otra en la Puerta de Alcalá, que desconectó durante unos minutos el propio Carlos Sainz al pasar con su coche por un paso de cebra en el que había varios cables colocados.

Antes de la aparición de Sainz al volante, ya habían calentado el ambiente varios pilotos, entre ellos, su compañero de equipo y actual campeón del mundo de Rallies, el francés Sebastien Loeb. Cuando le llegó el turno al piloto español, que ya había hecho en el escenario montado en la plaza de la Independencia el repaso a sus 16 años de campeonatos del mundo de de rallies: es el piloto con más victorias y que más veces se ha subido al podio, dos veces campeón del mundo (1990 y 1992) y cuatro veces subcampeón.

Visiblemente emocionado, llorando, el madrileño dio unas últimas vueltas al circuito con el alcalde de la capital, Alberto Ruiz-Gallardón, como copiloto.

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Sobre la firma

J. A. Aunión
Reportero de El País Semanal. Especializado en información educativa durante más de una década, también ha trabajado para las secciones de Local-Madrid, Reportajes, Cultura y EL PAÍS_LAB, el equipo del diario dedicado a experimentar con nuevos formatos.

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