Perdices
Nadie les va a quitar las fincas rústicas o urbanas, podrán continuar matando cochinos, venados y perdices hasta el final de sus días, seguirán saludando con una cigala en la mano a sus amigos en las marisquerías, los notarios y registradores serán siempre sus aliados naturales, darán dentelladas de escualo en los despachos insonorizados y después de una vida llena de tajadas volarán al cielo, donde serán recibidos por Dios con los brazos abiertos bajo una lluvia de mazapán. Quisiera saber por qué la derecha está tan cabreada si éste es el horizonte que tiene ante sus ojos. Pese a que sus privilegios se hallan bien asentados desde tiempos remotos y sus escrituras están guardadas en cómodas de palosanto, la derecha española, lejos de mostrar esa felicidad expansiva que se deriva del Derecho Natural, parece como si hubiera llevado siempre en su seno un genio histórico montaraz que le obligara a ser agreste y a mostrar peligro. Sus vástagos nacieron en hogares con lámparas que iluminaban bibliotecas hasta el techo; se educaron en buenos colegios, merendaban chocolate con picatostes cuando por la calle el hambre corría como un viento helado, algunos tuvieron preceptores, todos fueron a la universidad como el río va a la mar, después hicieron masters, se graduaron en centros exclusivos del extranjero, pero a la hora de afrontar un problema político o un conflicto de intereses económicos raramente utilizan la inteligencia, la ironía o la sutileza del espíritu florentino, sino la bronca y el trabarse cuerpo a cuerpo. Hay una derecha baja, advenediza, con el riñón recién forrado, nuevos demócratas con los huevos de oro, que intelectualmente llevan el cinturón por debajo de la tripa. Ésos están ahí y actúan como de ellos se espera. Por el contrario, me refiero a esa clase de seres que tuvieron la cultura a su alcance desde niños, que se saben las reglas de urbanidad, que manejan con elegante naturalidad la servilleta, toda clase de cubiertos y las distintas copas de vino en la mesa, y, en cambio, en los mítines y en los debates del Congreso es como si llevaran las uñas sucias, comieran con los dedos y echaran regüeldos. Nada produce más placer que la inteligencia, el buen regate y el espíritu abierto en un político de derechas, un ave muy rara en este país. Por eso habría que repetirles: relájense, lo tienen todo a favor, pero sean más sutiles; nadie les va a quitar nada y, mientras exista el Derecho Natural, en sus fincas no faltarán cochinos, venados y perdices.
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