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Crítica:POESÍA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cantata de la devastación

La primera vez que Antonio Gamoneda reunió con pretensión armonizadora el conjunto de su obra fue en Edad (1987), al cuidado de Miguel Casado (si bien el verdadero editor de Gamoneda es siempre él mismo, debiéndose ocupar el que figura como tal de seguir al poeta en los cambios y revisiones de su poemas, sometidos a una constante tarea de reescritura: quien lo probó lo sabe). Tras Edad aparecieron, entre otros de menor calado o reabsorbidos en sus obras principales, dos cuadernos ejemplares: Libro del frío (1992) y, once años después, Arden las pérdidas (2003). Los anteriores títulos, más Cecilia, recién publicado de modo independiente y puesto bajo la advocación entrañable de su nieta -"amo cuanto me está abandonando"-, conforman Esta luz, el conjunto de la obra de Gamoneda, que recoge también versiones superpuestas a las composiciones originales, así como "mudanzas" -repoetizaciones, más que traducciones- de autores medulares en su poética: Nazim Hikmet, Trakl, Mallarmé. Las dobles versiones, traducciones a medias, antetextos y aclaraciones abrigan, acaso hasta el exceso, la pulpa esencial del volumen, que se completa con un lúcido epílogo de Miguel Casado.

El libro inicial del autor fue Sublevación inmóvil, de 1960, que en esta recopilación ha sido en buena medida recompuesto. Aunque en los sesenta escribió Blues castellano, su publicación no se produjo hasta 1982. La conciencia proletaria del autor cuajó allí en unos ritmos influidos por los cantos negroamericanos fundacionales del jazz, con sus paralelismos y sus hileras monocordes, y con la reducción de la complejidad sintáctica a una sarta enunciativa y salmódica. Concluido el franquismo y disuelta la razón de la resistencia que había explicado buena parte de su conducta, en 1976 Gamoneda dio a la luz Descripción de la mentira. Hasta entonces no hubiera podido recriminarse a ningún lector el desconocimiento de un poeta aislado en su provincia, de escritura ocasional, con ritmos irregulares de publicación y desvinculado de las estéticas de mayor rendimiento en esos años. A partir de 1976, sin embargo, la desatención no puede interpretarse sino como síntoma de incuria o de pereza intelectual. Contundido hasta la enajenación por el sufrimiento histórico, personal y social, y tras largo tiempo de permanecer encallado en la mudez, el poeta echa de repente a andar en pos de unas palabras iniciales que desatascan la obturación verbal y dan forma a un estado kafkiano de estupor. Para reconocerse recurre a una memoria fragmentaria y discontinua, mediante asedios en oleadas a un dolor antiguo y terebrante, en cuya concreción simbólica el viejo ruralismo conecta con el irracionalismo vanguardista. Todo ello genera un texto henchido y atribulado, con cláusulas melismáticas de gran firmeza enunciativa, ajenas a los quiebros irónicos de muchos coetáneos. Dispuesto en secuencias de versículos empastados por silencios grávidos de sentido, el libro se organiza a través de unos cuantos núcleos temáticos como son el fracaso personal, el aterimiento de la infancia en un León semiurbano, la figura imponente de la madre, la humillación histórica.

Libro del frío es una conside

ración sobre las postrimerías que marca el momento de máxima tensión de esta voz. Se mantiene en él la textura de Descripción de la mentira, pero sin su aparato escénico, y la dicción se contrae hasta dar en unos versículos abismáticos y gélidos como una hoja de acero, emitidos por un sujeto que se expresa sin sinuosidades ni subterfugios, mientras asciende al monte Nebo donde va a perderse para siempre. En las laderas de ese monte ve algunas señales de la devastación: caballos, palomas negras, reses aturdidas. Tendido sobre maderas agrietadas por las lágrimas, ante él se dibuja un espacio de luz que se confunde con la muerte: "ya sólo hay luz dentro de mis ojos". Ese mismo territorio habría aún de recrearse en Arden las pérdidas, donde el poeta se remite a los momentos más doloridos del pasado, hasta que el miedo preternatural termina deshaciéndose en la pasión helada de la indiferencia. De estos dos libros da cuenta La voz de Antonio Gamoneda, una antología de los mismos, con ocasión de una lectura en la Residencia de Estudiantes. Es éste un poeta que, quizá como ningún otro en la segunda mitad del siglo XX, ha llegado a pesar, medir y contar los ingredientes de la desolación. Fruto de más de medio siglo de creación es Esta luz: una obra mayor, estremecedora y soberbia, tras cuya lectura se hace difícil conciliar el sueño.

El poeta Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931).
El poeta Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931).MIGUEL GENER

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