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Columna
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Hoteles

El hotel Don Miguel de Marbella, un emblemático establecimiento de la Costa del Sol que abrió sus puertas hace veintidós años, está al borde del cierre. Es desde hace algunas semanas un edificio fantasma, con 500 habitaciones donde nadie duerme; 28 salas de conferencias sin conferenciantes y dos campos de golf sin jugadores. A la espera del portazo, la dirección del centro ya no admite clientes. Por ello, los 240 trabajadores del hotel acuden a diario a no dar la bienvenida a visitante alguno, a no recoger maletas y a no hacer de comer para nadie, entre otros muchos no quehaceres cotidianos. El hotel está rodeado de 70.000 metros cuadrados de jardines tropicales. Se ubica a cinco minutos del centro urbano de Marbella y está situado en una privilegiada ladera desde la que se divisa en días claros el Estrecho. Si no fuera porque allí se levanta un hotel, cualquier diría que se trata del sitio ideal para una promoción de viviendas.

Los sindicatos han pedido a la Junta una norma que impida la reconversión de hoteles para ser vendidos como viviendas o apartamentos. También reclaman que se tenga cuidado en favorecer recalificaciones de terrenos que permitan operaciones especulativas. Y coinciden, con la propia patronal del sector, en una advertencia: en el negocio hotelero ha entrado el ladrillo. En Málaga se levantan nuevos hoteles cuyas habitaciones tienen cocina y dos dependencias distintas para dormir. El uso hotelero le ha garantizado al promotor un porcentaje mayor de edificabilidad en la parcela y la cocina le permitirá en un futuro poner en venta el inmueble como edificio de apartamentos. Posiblemente tras alegar falta de rentabilidad en el negocio.

Los hoteleros están que trinan con estas prácticas, en una época en la que las empresas del sector soportan significativas pérdidas en sus índices de rentabilidad. Hay un fuerte aumento de la competencia por la apertura de nuevos establecimientos y un desajuste entre la oferta de plazas y la demanda. Además, la Costa del Sol pierde turistas y gana residentes. El auge del turismo residencial consolida los visitantes, pero atrae problemas por la saturación urbanística. Hace tiempo que el casetón donde habita la gallina brilla más que el oro de los huevos en el litoral malagueño.

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