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Reportaje:

Aprender entre rejas

Alrededor de 3.000 internos estudian en las cárceles andaluzas

Diez de la mañana. Numerosos internos del Centro Penitenciario de Sevilla se dirigen a la Escuela para aprender a escribir y a leer. En la prisiones andaluzas, según los datos de la Consejería de Educación, hay 1.560 alumnos matriculados en Formación Inicial de Base, un curso para que los estudiantes que no han ido al colegio o apenas se acuerdan de lo que les enseñaron, aprendan lo mínimo para defenderse cuando salgan fuera. A los 1.560 alumnos citados se suman 1.122, que están matriculados en Formación de Base, y alrededor de 430 de Enseñanza Secundaria Obligatoria y Bachillerato.

Uno de ellos es Pedro Francisco, de 40 años, que cuenta que está esperando el tercer grado, que tiene dos hijos y está separado y que cuando era más joven no iba al colegio. "El año pasado estuve en cocina y este año estoy aquí, llevo 20 días y tengo faltas de ortografía. La y, cómo se separan las palabras y las divisiones me cuestan", explica. Cumpliendo una condena de nueve años, Pedro Francisco sabe que acudir a clase le beneficia para obtener permisos y lograr poco a poco reintegrarse en la sociedad. Cuenta que ha sido montador de muebles, frutero y pinche de cocina y que cuando salga intentará volver a buscar trabajo.

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Sentado a su lado en el aula, pequeña y con mesas y sillas de colegio que contrastan con la envergadura de algunos de los alumnos que apenas caben en ellas, está Francisco Javier, otro sevillano de 30 años, al que no se le dan mal las cuentas, que agarra el bolígrafo y escribe con fuerza y al que le preocupa lo que sufre su familia los domingos cuando vienen a verlo a la cárcel. Con 30 años, explica que es la primera vez que pisa una prisión y que aunque sabe escribir y leer, se le han olvidado muchas cosas desde la última vez que estuvo en un aula.

Uno de los alicientes de los alumnos para acudir a las clases en la prisión es poder presentarse al examen para obtener el carnet de conducir. Joaquín y José Luis están interesados en sacárselo y el último, con muchos años en prisión, se queja de lo poco que se cree en la reinserción y de las pocas ayudas que reciben cuando salen fuera. "No tenemos nada, aquí pocos pueden trabajar y recibir dinero, luego te encuentras fuera sin nada y lo normal es que vuelvas", explica José Luis.

Los demás no opinan del tema y se centran en el ejercicio que tienen delante y la mayoría coincide en que lo que más les cuesta es dejar de hacer faltas de ortografía. Los mismos problemas tienen otro grupo de alumnos que acude a las clases de español para extranjeros. La primera imagen al entrar es la de estar en una academia de idiomas. La mayoría de los estudiantes son jóvenes orientales que apenas saben español y que atienden las explicaciones del profesor, a veces en inglés. "Hay más de 40 nacionalidades presentes en las clases, el nivel de español en muchos es mínimo y con algunos de diferente cultura hay que empezar con la caligrafía", cuenta el profesor.

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Aparte de en las faltas de ortografía, los presos extranjeros coinciden con los españoles en su confianza en abandonar pronto la cárcel. Hasta que eso ocurra pueden aspirar a seguir formándose en las cárceles para aumentar sus posibilidades de éxito fuera.

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