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Columna
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El poder de Zumeta

De todos los artistas vascos, nadie como él está en condiciones de enfrentarse a un espacio con cerca de 500 metros cuadrados de pared. Hacemos referencia al pintor guipuzcoano José Luis Zumeta (Usurbil, 1939), quien muestra medio centenar de sus últimas creaciones en el ámbito que fue hasta hace poco mercado municipal de Erandio.

El arrollador poder de Zumeta lo encontramos desplegado con idéntico ardor pasional ya sea en las pequeñas témperas, como en otros cuadros intermedios, hasta llegar a los cino grandes murales de seis metros de largo. Al imparable juego pespunteado de líneas de breve sutilidad, al lado de trazos fuertes como minotauros y una suma infinita de gestos más o menos sincopados, lo envuelve un entrecruzamiento de estallantes colores, de tal manera que el ámbito del antiguo mercado parece estar habitado por una fiesta permanente.

El arte de Zumeta es una pugna continua por no caer en el error de realizar obras "bonitas". Por el contrario, busca que las obras, aun dándolas por terminadas, resulten en apariencia un tanto inacabadas. Quizá con ello se fabrica un pretexto -un aliento de vida artística- para seguir trabajando en otros cuadros, en un continuo buscarse a sí mismo como creador.

Sabe el artista que con su actitud corre el riesgo de no ser comprendido como debiera. Me parece oportuno traer a colación un ejemplo en este sentido muy poco ejemplarizante. En este mismo momento, en el que Zumeta da prueba de una acreditada madurez, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao se hallan colgadas obras de varios artistas vascos de su generación. Mientras que algunos de ellos están presentes con tres de sus obras, en determinados casos, Zumeta está representado únicamente por un acrílico fechado en 1961, cuando el pintor de Usurbil tenía 22 años.

Resulta poco o nada ecuánime ni edificante esa desatención ninguneísta a una labor de más de 40 años de ininterrumpido creativo quehacer. Me atrevo a asegurar que si ahora mismo tomáramos uno de los cuadros que se muestran en Erandio -como por ejemplo el excelente mural de seis metros por tres metros-, y lo pusiéramos en las paredes del museo bilbaíno, en términos de calidad artística ese mural iba a mandar al sótano a más de una obra de sus compañeros de generación (incluyo a escultores). En ese mural vive una muestra variada y bellísima de grafías, un compendio armónico de tiernos, dulces, fuertes, hondos y graves colores, gestado con inventiva a raudales, compuesto todo con maestría sin igual. Es una obra que imanta y conmueve deleitosamente. Una obra redonda, jubilosa como un denso amanecer.

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