Antonio Artero, el celuloide en libertad
Hubo una vez cineastas que no sólo quisieron cambiar el mundo, sino que ambicionaron cambiar la mirada del espectador. El último superviviente, Antonio Artero (Zaragoza, 1936), murió ayer en Madrid. Aunque lo disimulara con mucha sorna, a Artero le molestaba que lo encasillaran como cineasta experimental o cineasta maldito, pero éstas son las etiquetas que abundan en lo mucho que se ha escrito sobre su trabajo, que tuvo quizá más estudiosos que espectadores. Hijo de Juana Artero, una anarquista que pasó en la cárcel los primeros años de la vida de Antonio, fue educado en los valores de la libertad, a los que fue rigurosamente fiel hasta el último de sus días.
Lo fue, incluso, cuando acometió encargos comerciales, como El tesoro del Capitán Tornado (1967), hecha con las ayudas que se otorgaban al cine infantil. Ni la censura ni el productor entendieron a Artero, que en plena dictadura se lanzó a un détournemant como los que por entonces se estilaban en Francia. Mientras los franceses jugaban -por ejemplo- a cambiar la banda sonora de una película asiática de karatekas poniéndole textos de Mao Zedong, Artero optaba por hacer una película de piratas que resultaba una reflexión sobre el poder y en el que trataba de corromper el género llenándolo de referencias pop y diálogos que eran todo un manifiesto, como esta frase del pirata: "El tesoro no me importa, lo que me gusta es mandar".
Las provocaciones de Artero aún fueron más allá en Del tres al once (1968), que era un sinfín de colas de película con los números de la cuenta atrás; Blanco sobre blanco (1969), proyección de la luz del proyector sin película de duración variable, o Yo creo que... (1975), un ejemplo de antiarte como reacción al cine militante que asomaba al final del franquismo y que contaba en el reparto con Juan Diego y Concha Velasco.
Hombre de una gran cultura y fiel visitante del Café Gijón de Madrid hasta que le venció la enfermedad, estaba casado con Concha Fernández Montesinos y tenía dos hijos: Juan Manuel y Mariana.
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