Qué será, será...
Por primera vez en la temporada, el Barça se viste para matar. Mientras los periódicos locales cuelgan sus pasquines, los pistoleros de Frank practican en la trastienda de La Masía. Eto'o, por ejemplo, carga el revólver con tinta china y dispara contra las figuras del cartel. En su memoria de ex madridista se ha incubado un demonio blanco: todavía recuerda los duros años de meritorio en los que el futuro se puso fuera de su alcance. Entonces nadie parecía prestarle atención; sus regates africanos le valían, si acaso, una reputación de chico travieso.
Atrapada en los mentideros de la Ciudad Deportiva, su vida fue un laberinto de celos, insidias y otras pasiones de menor cuantía. Cuando quiso darse cuenta, ya era otro hombre. Empezó soñador y terminó rebelde.
Pero, ahora mismo, sus colegas, como él, revisan los sensores del músculo para su duelo con el Madrid. La experiencia profesional les ha hecho unos expertos en punzadas, zumbidos, calambres, hormigueos y otras señales de alarma que alteran la delicada factoría del cuerpo. Algunos han vuelto de sus andanzas internacionales con un difuso parte de daños, así que se tientan la corva de la rodilla, o exploran con las manos la línea de los gemelos, o pulsan tendones, relieves y coyunturas con un gesto de preocupación. A su regreso de Quito, donde jugó con Brasil hasta los límites de la asfixia, Ronaldinho pide una cama para desplomarse; harto de correr por donde acostumbran a viajar las nubes, tiene una deuda de oxígeno y debe pagarla cuanto antes. Junto a él, Giuly, uno de los lisiados de la selección francesa, valora su contractura en el muslo derecho, mira con disimulo hacia el reloj y da un largo resoplido. Al fondo, el magullado Puyol se repite entre dientes antes muerto que al banquillo.
Para compensar duelos y quebrantos, Xavi, el hombre del día, asoma la cabeza, repasa su conferencia del miércoles y se promete repetirla hoy, a poco que las fibras y las musas se pongan de acuerdo.
En las interioridades del hotel, los madridistas mascan chicle, disfrutan de la fingida tranquilidad del centinela, se reparten las esquinas del vestíbulo, intercambian gestos de complicidad, se confiesan al teléfono móvil y aprovechan un descuido para dar el bostezo del leopardo. Algunos, como Ronaldo, escaldados en tantas bañeras, han encontrado el punto de serenidad que suele confundirse con la indiferencia. Otros, como Raúl, miran el firmamento en busca de la oportuna conjunción astral o, como Figo, dan la vida por un agujero o, como el sombrío Zidane, se frotan el empeine con el imán y piden un último préstamo a la ley de la gravedad.
Mientras tanto, los dioses nos miran con sorna, alteran la lógica y la estadística, agitan el pulso y el cubilete y lanzan los dados al aire magnético del Camp Nou.
Nuestro corazón está en juego. No hay quien dé más.
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