La ciudad de la alegría
Leo en EL PAÍS que la productora de televisión Endemol está "construyendo una aldea a las afueras de la ciudad alemana de Colonia, el plató de un futuro Gran Hermano para siempre". Habrá iglesia, tiendas y un parque como en un pueblo de verdad. Pero, ¿habrá curas pederastas, ladrones de cajas fuertes o exhibicionistas como en un pueblo de verdad? Supongo que no. El programa llevará el título sutil de Big Brother forever y, según la información, "sus protagonistas estudiarán, trabajarán, comerán y se reproducirán delante de las cámaras a lo largo de varias décadas". Que se reproduzcan ante las cámaras no es novedoso, porque ya lo hemos visto. Pero sí lo será ver cómo van al lavabo, menstrúan, se autosatisfacen o leen. También será novedoso verles envejecer, porque en Gran Hermano no existen los concursantes mayores. En este nuevo programa, en cambio, les veremos teñirse las canas, sufrir sus primeras pérdidas de orina o disfunciones eréctiles, para, finalmente, morir ante todos nosotros.
Estoy pensando que estos concursantes perpetuos vivirán en un mundo con cajeros automáticos, pero seguramente en ellos no habrá pobres que pernocten. (Si en el pueblo hay pobres, serán pobres como de broma. No se les dejará morir de hambre). Habrá escuelas, no sé si privadas, pero en cualquier caso en ellas no habrá niños armados. (Los organizadores deberán impedir como sea los asesinatos, o las asociaciones de espectadores protestarán). Pero las muertes naturales estarán a la orden del día. Hasta es posible que los concursantes, si creen en el más allá, digan: "Estoy viendo una luz al final de un túnel, veo pasar a cámara rápida toda mi vida". Sólo que esta vez será cierto. La luz será el piloto de la cámara. Las imágenes, el videorresumen de homenaje.
Nadie en el pueblo sabrá nada de las guerras que suceden en el mundo real, y nadie tendrá que participar en ellas. Todos hablarán un solo idioma, y este idioma no estará amenazado por otros. Irán a confesar sus pecados a la iglesia. Y el cura, desde luego, mantendrá el secreto de confesión, a pesar de que nosotros lo estaremos viendo. Seguramente el sacerdote se quejará de la falta de vocaciones. Y todo será pequeño. El fútbol será fútbol sala y las elecciones serán a la vez municipales y generales. Nacerán niños en cautividad, la intimidad de los cuales, eso sí, deberá ser preservada. Por tanto, siempre que se emitan vídeos de estos niños, aprendiendo a hacer pipí en el orinal o tocándose por primera vez, habrá que taparles la cara. Cuando sean mayores plantearán a sus padres una emancipación, pero, ay, les pasará como a los leones del zoo: habiendo nacido en cautividad, no se acostumbrarán a la dura vida de ahí afuera.
La productora ya cuenta con voluntarios dispuestos a trabajar en el invento. Y lo comprendo.
Hay mucha gente para la que copular ante las cámaras no es un problema, sino un incentivo. En cuanto a lo de parir o ser operado en público todavía es más tentador para un amplio sector de la población. Todos conocemos a personas que adoran enseñar los vídeos de sus vacaciones, partos o intervenciones médicas. Y todos conocemos parejas que te cuentan su vida sexual al detalle. Para ellos, este programa es el éxtasis. Pero, sobre todo, es el éxtasis para los que se quejan de la proliferación de la telebasura. No es un contrasentido. Los que no son capaces de apagar la tele cuando emiten Aquí hay tomate y, consecuentemente, piden su retirada de la parrilla, deberían participar en el concurso, porque el pueblo será el único lugar del mundo en el que estarán a salvo. Allí, por lógica, no existirá la televisión. Si la hubiese, los concursantes se pasarían el día viéndola, como nosotros. Y entonces no copularían, no se aburrirían, no se pelearían tanto. No darían espectáculo.
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