El homosexual como culpable
Don Rafael Termes es académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. El señor Termes es autor de un artículo, No puede ser en derecho lo que no es por naturaleza. La piedra de apoyo de este escrito es la existencia, al parecer indiscutible, de una ley natural. Más adelante nos referiremos a ello, si hay espacio.
Afirma el señor Termes que la unión entre personas del mismo sexo es causa de "un daño profundo a la familia como institución". "... lo importante es que la legalización del matrimonio entre homosexuales ataca al verdadero matrimonio y a la larga acabaría por destruirlo en el sentido de que cada vez son menos los que se casan". Al parecer, en Escandinavia se ha demostrado que el matrimonio homosexual esparce un mensaje funesto: el matrimonio tradicional está pasado de moda. O sea, que según don Rafael Termes, la gente no se casa como es debido por culpa del ejemplo propagado por los matrimonios homosexuales. Jamás se nos habría ocurrido tan asombrosa conclusión. Digerida la sorpresa, se me ocurren varias objeciones. En efecto, hay menos matrimonios, pero la gran mayoría de los que hay, son del tipo tradicional, eclesiástico y obedientes a la ley "natural". Digamos que siendo la naturaleza tan borde y de tan extrema ferocidad, su ley ha sido interpretada y reinterpretada muchas veces por el ser humano, para al final, en la práctica, atenerse al derecho positivo, con resultados desiguales, todo hay que decirlo en honor a la verdad. Volviendo al matrimonio, uno piensa en tantas razones para su crisis, que la ofrecida por el señor Termes, le parece sideral. Veamos.
-Las condiciones de la vida, hoy, se lo ponen crudo al matrimonio con intención procreadora. El acceso a la vivienda, con precios por las nubes, desanima a los más osados. Con todo, quienes se lanzan tienen que apechugar con una hipoteca que es el equivalente de uno o dos hijos. El trabajo ha de ser cosa de dos, si se tiene la pretensión de llegar a fin de mes. Es más bien infrecuente que ambos cónyuges tengan ocupaciones bien remuneradas y razonablemente seguras. La protección a la familia es escasa. Así, casarse para tener hijos y sustentarlos en condiciones dignas, en multitud de casos es más arriesgado que arrojarse de un Talgo en plena marcha. Seguro que esto lo sabe don Rafael Termes, quien no vive en la luna, sino entre nosotros. Y esto, don Rafael, por sí solo, retrae más del matrimonio y de la ilusión de descendencia que la intangible amenaza del matrimonio homosexual, de la que hablaré en este u otro artículo.
-La vida laboral. El capitalismo, más que nunca en nuestros días, divide la familia. Un cónyuge trabaja aquí, el otro a varios kilómetros. Se ven de noche, cansados, y a menudo se han llevado trabajo a casa. Rodeados de gente, chismes, caras nuevas, tráfago. La infidelidad acecha, y cuando no es descubierta (y a veces sí lo es) erosiona la vida del hogar, incluida la de los hijos, si los hubiere; los cuales, por otra parte y en vista del contacto más bien remoto con sus progenitores, van a la suya. En suma, otro torpedo al corazón del matrimonio.
-Irreligiosidad. La crisis del matrimonio es uno de tantos factores "naturales" de una sociedad basada en un sistema de valores fundamentalmente pagano. El sistema funciona gracias a la banalización de lo que antaño tuvo resonancias cuasi -o sin cuasi- sacras. Esclavos de los chismes, amigos de gentes a las que hemos visto acaso un par de veces, enchufados a una televisión obscena, idiotizados por el pop, etc. Para que esto sea sí, el mercado tiene que recurrir a la devaluación sistemática de lo bello y de los diez mandamientos, con especial proclividad a la demolición del sexto. La Iglesia no puede oponerse a la avalancha de trivialidad, materialismo y hedonismo; sustento, ahí es nada, del sistema económico.
Contra este infeliz torbellino que es la vida actual, la Iglesia podría acaso salvar los muebles, pero a este fin tendría que dulcificar sus propias rigideces. Así por ejemplo, perseverar en una actitud casi inflexible en materia sexual, contribuye más a la transgresión que un aleccionamiento moderadamente liberal. En el primer caso se hará caso omiso, a veces perverso, de tan pesada carga; en el segundo, puede que se contenga el desmadre, a pesar de tantas tentaciones en que vivimos inmersos y que resumimos en una palabra, irreligiosidad. En un entorno pagano, el matrimonio según Luis Vives y demás teóricos del cristianismo, sufre otro asedio.
Podríamos añadir razones, pero con las dichas basta para explicarse la crisis del matrimonio. No sólo hay menos uniones santificadas a causa de la invasión homosexual de esa institución, sino que siendo la misión de ésta procrear descendencia, hay menos hijos, con lo que está amenazada la "supervivencia de la sociedad" (Termes). Digo yo que en este planeta superpoblado, cuando falten niños españoles que adoptar, siempre los habrá chinos o ucranios, que también son hijos de Dios. Adopción y reproducción asistida son métodos legítimos para preservar la especie e incluso aumentarla.
Las críticas como la de don Rafael Termes sufren de un olvido que no quiero achacar a falta de sensibilidad o a desprecio. Sería deprimente. Me refiero al intenso deseo de muchos homosexuales: tener descendencia. Nostalgia dolorosa de la familia típica, necesidad del hijo que complemente el triángulo de tres o más lados. No ha muerto ese instinto, ese reclamo biológico. Pienso en los gays, pero más en las lesbianas. Tener en casa una criatura a quien llamar hijo/a, sin que la sociedad se mofe y les prive de los derechos y deberes que el matrimonio corriente otorga, sentirse madre y serlo en realidad... Cuánto amor perdido, cuánta ternura dilapidada por la brutal naturaleza y la obcecación humana.
Conozco a una pareja de lesbianas con niño. Viven con, por y para esa criatura. Y le buscan hermana o hermano, porque les sobra amor para repartir. ¿Son una amenaza para el matrimonio tradicional y la demografía? Por Dios.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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