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Columna
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Se necesita un político

Tras la detención de Mikel Antza, ETA parece andar mal de políticos, es decir de redactores de comunicados: ayer repitió, con fecha de noviembre, uno escrito por Antza en septiembre y ya difundido a fines de octubre, que fue presentado entonces como de apoyo por adelantado a la propuesta de negociación que preparaba Batasuna. Su reedición ha coincidido con la difusión de un escrito en el que la banda conmina a los "electricistas, panaderos, cocineros, carpinteros o mecánicos" que trabajan en instalaciones militares a abstenerse de seguir haciéndolo porque las "fuerzas de ocupación" siguen siendo "objetivo de ETA". Dos bombas estallaron el sábado en un refugio militar de Belagua.

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"ETA sabrá valorar la propuesta", había dicho Otegi un día después de presentarla. No es que la banda desautorice ahora al portavoz de Batasuna; a quien desautoriza es a quienes habían interpretado sus palabras como anuncio del fin del terrorismo. ETA ha querido dejar claro quién manda en la izquierda abertzale: quién interpreta y fija los límites de la propuesta.

Es significativo que esta vuelta a la estrategia de la negociación se haga coincidir con atentados contra el Ejército. A comienzos de los años 80, las fuerzas democráticas estaban dispuestas a una negociación en términos de paz por presos. ETA exigió la aceptación sin recortes de su programa de entonces, la alternativa KAS, que, "por su propia naturaleza", aclaraba, no es negociable. Entre los puntos de esa alternativa figuraba la retirada de territorio vasco de las "fuerzas de ocupación". Todavía en 1987 (en un documento titulado "Alternativa y negociación") se planteaba la duda de si era posible negociar con el Gobierno, y no directamente con "los poderes reales del Estado", encabezados por el Ejército. Y advertía: "Quede claro de antemano" que la aceptación de la alternativa KAS "no implica la desaparición de la lucha armada ni de la organización que la practica, sino su adaptación a las nuevas características del combate".

Los sucesivos intentos de negociación fracasaron porque ETA no estuvo nunca dispuesta a aceptar su disolución. Si se hubiera convocado el referéndum de autodeterminación que planteaba como clave de la pacificación, y el resultado no hubiera sido el deseado, siempre podría alegar que la consulta no había sido democrática porque seguían presentes las fuerzas de ocupación; lo que justificaría el relanzamiento de la lucha armada. La esperanza de que su brazo político le exigiera, por su propio interés, el fin de la violencia era ilusoria. Primero, porque no estaba claro que fuera su interés mientras la vinculación con ETA le saliera gratis; segundo, porque, aprendiendo de la experiencia de la disolución de ETA (pm), los jefes de la rama militar tuvieron buen cuidado en organizar el entramado de manera que quedase claro que el brazo militar, la "vanguardia", mandaba sobre el político.

Lo que ha cambiado es que Garzón y la Ley de Partidos pusieron fin a la impunidad. Por ello, tal vez ahora sí haya un interés de Batasuna en exigir el fin de la violencia; pero falta que ETA quiera, y de momento no quiere. Para que cambie de parecer sería necesario contar con un político: alguien capaz de comprender que, como dicen Pakito y los otros ex dirigentes en su carta, no es el retrovisor, sino el motor, lo que falla en la estrategia violenta: una estrategia que, contra lo que enseña el presidente Mao, conduce a la supeditación de la política al fusil. Había alguna expectativa de que, con el aval de esa carta, y con una ETA descabezada, Otegi asumiera ese papel. Defraudó el domingo, pero ahora tiene la oportunidad de desautorizar a los escépticos: que rechace claramente la nueva amenaza de ETA, y le exija dejar de matar, extorsionar y destruir.

Se necesita un político, especie no muy apreciada en el mundo etarra, según algunos testimonios. Un antiguo activista deportado en Santo Tomé, Alfonso Etxegaray, escribía en Egin (14-2-94) que "siempre hemos sentido a ETA como una organización militar, hasta el punto de que era un tanto burlesco decir internamente el político de la organización". Entre los 70 antiguos miembros de ETA entrevistados por Fernando Reinares en su libro Patriotas de la muerte (Taurus,, 2001), hay varios que confiesan no entender nada de política ni tener interés por ella. Uno de ellos dice : "A mí lo mismo me daba que estuviera en el Gobierno vasco un señor de izquierdas o de derechas; o sea, que a mí lo único que me importaba era Euskadi. Y punto".

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