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Columna
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Benítez, ven

La reciente asamblea accionarial del Valencia CF no ha sido lo que era bajo el mandato del ex presidente Paco Roig. Ha faltado pasión y morbo. Incluso se ha notado demasiado el desinterés del personal, perfectamente comprensible por la concentración del poder en pocas manos, perversión mercantil que diez años atrás fue el pretexto para embestir contra la presidencia de Arturo Tuzón, un personaje admirable que jamás se mereció aquel relevo. Que el Señor perdone a sus verdugos. Ahora el poder está más concentrado y los viejos vicios o corruptelas se prolongan. Fútbol es fútbol, que aleccionaba no sé quién, y la extravagancia como la ingratitud son algunas de sus componentes esenciales.

No procede en esta columna darle cuartel al juego del balón y de los goles, que tiene su propio espacio y expertos, pero tampoco nos es ajeno enteramente su universo y entretelas. Por eso creemos que un apartado de la referida asamblea valencianista merece algún comentario. Nos referimos a la evocación del entrenador Rafa Benítez que unos accionistas hicieron, recriminando su despido -¿o habría que describirlo de otra manera más cortés?- a los responsables del mismo. Todo un detalle que revela el señorío de la masa accionarial, pero, que la verdad sea dicha, se nos antoja tibio y demorado, decimos del señorío. Para ser la mejor afición de España -¿o será del mundo?- nos parece que no tuvo los reflejos afinados cuando se echó con cajas destempladas al mejor preparador de la historia del club, si nos atenemos a la eminencia y continuidad de los títulos conseguidos. ¿Habrá que recordarlos? No, claro. La familia merengue lleva diez semanas mentándolos como un dolor de corazón y penitencia.

Aunque sea anotar obviedades, quienes siguen las vicisitudes del club saben que el laureado preparador se marchó del Valencia porque el poderoso e incontestado consejero delegado Manuel Llorente lo puso en el brete de tragarse la dignidad o sacudirse las alpargatas. Ni primas impagadas, ni aumento de ficha o realización de nuevos fichajes. Ninguno de estos apartados fue decisivo -no digo que no acabasen influyendo- para la marcha del mister. El factor determinante fue el sutil acoso del consejero, el déficit de reconocimiento que, además, exhibía acerca de los triunfos del técnico. Sin episodios truculentos ni palabras gruesas, pero el corolario fue el sabido: un distanciamiento, incluso una mortificación por parte de Benítez, que prefirió buscarse otros aires. Acaso, también, por el silencio, el acojonamiento o la complicidad percibida en parte del Consejo de Administración.

Benítez debe mucho al Valencia, pero el club blanquinegro debe tanto o más al técnico y a Javier Subirats, que lo incorporó asumiendo un riesgo que ennoblece a la entidad y a quien fuera su secretario técnico. Ambos han escrito, cada uno en su dimensión, páginas inolvidables que alguien ha frustrado. ¿Quién? Manuel Llorente. Creo que el pintoresco Paco Roig nunca fue tan veraz como cuando señalaba al consejero de marras como el mal que deslomaría al Valencia. Y en ello estamos, viendo cómo un preparador docto en inteligencia emocional -o sea, un mero avalentador- nos obliga a echar de menos a un tipo menos emotivo aparentemente y menos simpático, pero científico y coherente en esto del fútbol. La oración muda del valencianismo es "Benítez, ven". La oración expresa ha de ser: "Llorente, vete". ¿Y Ranieri? Al circo.

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