¡Quieto 'parao'!
Miles de barceloneses se encuentran a diario en largas caravanas, pero el coche sigue siendo su transporte preferido
Pese al riesgo de quedarse atrapado en colapsos interminables y la amenaza de pagar a precio de oro el minuto de aparcamiento, miles de ciudadanos, no siempre cargados de la dosis de paciencia necesaria, utilizan cada día el coche para desplazarse por Barcelona.
A las siete de la mañana empieza el trajín en las diferentes vías de entrada y salida de la ciudad, aunque es entre las ocho y las nueve cuando la congestión es mayor. Puntuales a su cita habitual, hileras de coches más o menos ordenadas se encuentran en la Ronda de Dalt, la Ronda Litoral, la avenida Meridiana y la Diagonal. A esas horas, los radares no tienen demasiado trabajo: la velocidad media de los vehículos con suerte ronda los 30 kilómetros por hora, aunque durante la mayor parte del tiempo la aguja no se mueve del cero. Por la tarde, especialmente entre las seis y las nueve, se repite la misma escena. Los ocupantes van en su mayoría solos: según la encuesta de movilidad en día laborable de 2004, en cada automóvil viajan una media de 1,18 personas.
Adentrarse en las vías urbanas en hora punta es, si cabe, aún peor: autocares escolares, autobuses y motocicletas se unen a los coches en largas procesiones. El runrún de los motores y una sinfonía de bocinas ponen banda sonora al espectáculo. Ante el panorama, más de un conductor impaciente opta por invadir el carril bus o pasar por alto un semáforo en rojo.
Pero no siempre la excusa de llegar tarde al trabajo es válida: sólo el 25,8% de los desplazamientos se realizan por motivos laborales. Las actividades relacionadas con el ocio, como ir a comprar o realizar alguna gestión, concentran otro 30,4% de los viajes.
Volver a casa es el motivo del 43,8% restante de desplazamientos. No suele ser una tarea fácil y muchos ciudadanos cruzan los dedos al salir del trabajo: si se vive fuera de Barcelona, la vuelta al hogar puede ser tan larga que recorrer 30 kilómetros dé la sensación de hacer un interminable viaje.
Llegar al lugar de destino, sin embargo, es sólo encontrarse a medio camino: hallar una plaza de aparcamiento en la calle es una proeza sólo comparable con la de acertar la combinación ganadora de la lotería.
Ir en coche e ir rápido son cada vez más antónimos que sinónimos. Para desplazarse desde la Vall d'Hebron hasta la plaza de Catalunya se tarda fácilmente media hora en coche; en metro es la mitad. A las siete de la tarde, viajar de Barcelona a Terrassa puede alargarse durante más de una hora; en tren son 30 minutos.
En el escenario del tráfico rodado, hay un claro ganador: la moto. La posibilidad de quedarse atrapado en un colapso disminuye cuando el medio de transporte tiene la capacidad de colarse entre coches, autobuses y camiones, si bien algunos lo convierten en un juego peligroso. Con o sin motos implicadas, los accidentes de tráfico en Barcelona entre enero y junio (el Ayuntamiento no posee datos más recientes) han sido 5.333.
Esta información ha sido elaborada por Carla Aguilar, Francesc Arroyo, Clara Blanchar, Blanca Cia y Adrián Foncillas.
El peatón inadaptado
Está visto: el peatón no está adaptado para Barcelona. Tiene las piernas demasiado cortas para salvar los obstáculo y carece de capacidad para esquivar las motos. Si además lleva un carrito de la compra o un cochecito de niños o va en silla de ruedas, es mejor que se quede en casa y compre la barra de pan por Internet. El repartidor, motorizado, lo tendrá más fácil.
Un ejemplo: la calle de Galileo, entre la de Madrid y la de Caballero, tiene una acera de menos de tres metros de ancho. Prohibido aparcar motos. En un mediodía laborable no hay menos de una veintena. La calzada está pintada para aparcar motocicletas y con frecuencia las plazas no están llenas. La Guardia Urbana, bien, gracias.
Paso a paso, la ciudad se revela como una carrera de obstáculos para el viandante barcelonés. Se exige buena forma física y valentía para enfrentarse al tráfico rodado. Y es que en la lucha cuerpo a cuerpo con los automóviles para ver quién pasa primero por el paso de cebra sólo ganan los peatones suicidas.
Andamios, sacos de escombros y coches aparcados en el bordillo crecen como setas en cada esquina. Combinados con las estrechas aceras de barrios como Gràcia, Sants y Sarrià sólo dejan una opción al viandante: invadir el carril de circulación.
Donde no hay escapatoria posible es en algunas calles peatonales. Pasearse por determinadas zonas del Raval o Ciutat Vella significa tener que esquivar a cada paso bolsas de basura y basura sin bolsas.
La rapidez del ciudadano entra en juego cuando se trata de atravesar grandes avenidas como la Diagonal: los semáforos para peatones a la altura del paseo de Gràcia duran unos 20 segundos, y en Maria Cristina son 30, tiempos sólo aptos para corredores de sprint.
Pero no siempre el viandante es una víctima inocente de las trabas de la ciudad. Y si no, conteste: ¿Cuántas veces ha cruzado una calle con el disco en rojo?
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