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Columna
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¿Europa como alternativa?

Continúa la resaca tras la victoria de Bush en las pasadas elecciones celebradas en EEUU. Analistas y comentaristas se afanan a la hora de desentrañar las claves de dicha victoria, buscando explicaciones a la misma, y tratando de adivinar su significado. ¿Qué es lo que Bush representa realmente? Poco a poco se va abriendo camino la tesis de que la victoria de los republicanos en EEUU se ha basado principalmente en la movilización de lo que algunos llaman la América profunda, una movilización en defensa del orden, la seguridad, la patria, la moral cristiana, y la familia tradicional frente a sectores más laicos y cosmopolitas, preocupados por la marcha de la economía, el deterioro de la imagen de EEUU en el mundo, el medio ambiente, o la defensa de los derechos humanos y las libertades cívicas. Algunas voces -y algunas plumas- han llegado a dibujar un panorama caracterizado por la práctica ruptura en dos mitades de la sociedad norteamericana e, incluso, por la salida del país de gentes no dispuestas a soportar la amenaza de una temida restricción de derechos y libertades, ni el empobrecimiento de la vida política y cultural que se pronostica.

Curiosamente, la mayoría de estos diagnósticos y pronósticos se realiza desde tribunas situadas en una Europa autocomplaciente, que pretende convertirse en depositaria de los valores civilizatorios que tan a la baja cotizan en la actualidad al otro lado del Atlántico. Europa se nos quiere presentar ahora como la alternativa, insistiéndose en que los resultados de las elecciones norteamericanas obligan más que nunca a un esfuerzo orientado a avanzar en la construcción europea. Pero, ¿realmente alguien piensa que Europa está en condiciones de representar algo distinto? ¿Creemos de verdad que el ciudadano medio de Alemania, Hungría, Irlanda, o España es tan diferente del de Ohio, Florida, Illinois o Utah?

No seré yo quien dé la razón a las llamadas que, en nombre del realismo, lanzan los sectores más conservadores de este país, para que Europa se pliegue a los nuevos dogmas triunfantes en EEUU. Tampoco creo en una supuesta aproximación de posiciones, pues no me imagino cómo pueden reconciliarse la primacía del derecho y de las libertades cívicas con la defensa una imaginaria seguridad nacional a cualquier precio (incluido el de las propias libertades). Me molestan además los intentos de ocultar la ausencia de argumentos con la socorrida alusión a un supuesto antiamericanismo primario, como si criticar la manipulación y el engaño, el militarismo, la pena de muerte, la prohibición del matrimonio homosexual, la disminución de impuestos a los más ricos, o la decisión de seguir contaminando el planeta a costa de los que vengan después, fuera una enfermedad infantil o un asunto ya pasado de moda.

Pero, ¿puede Europa aspirar a representar un modelo alternativo? La crisis vivida en el Parlamento Europeo a propósito del affaire Butiglione fue sin duda un síntoma esperanzador, pero la realidad del día a día nos habla de recortes en derechos sociales, de primacía del mercado sobre otras consideraciones en la políticas comunitarias, de refugiados que quieren ser concentrados en campos situados extramuros de la UE, de incapacidad para defender los derechos de los palestinos o de silencios cómplices ante la barbarie de Putin, quien, por cierto, se ha mostrado muy satisfecho con la victoria de Bush.

Así las cosas, el que Europa pueda, o no, ser una alternativa, no dependerá de la habilidad de los políticos europeos de manejar un discurso más amable y menos primario que el de Bush, sino de la capacidad de la sociedad europea de reconocerse a sí misma como sujeto dispuesto a defender unos valores democráticos y humanistas que, por otra parte, son incompatibles con ciertas formas de entender la economía, o con algunas maneras de relacionarnos con el resto del mundo. Una capacidad que, hoy por hoy, no parece vislumbrarse.

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