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Los valores del machismo

Joan Subirats

En algunos comentarios de estos días sobre la campaña electoral norteamericana y el triunfo de George W. Bush se subraya la importancia de la estrategia de "liderazgo fuerte" como elemento diferenciador entre ganador y derrotado. Bush asumía el papel de hombre de la mayoría moral, con las convicciones firmes y tradicionales de todo "americano bien nacido", dispuesto a defender con fuerza y sin temblarle la mano la hegemonía de la nación escogida por Dios para propagar en el mundo la democracia american made. Y, en esa línea, los republicanos no dejaban de caracterizar a Kerry (como señalaba en The Guardian el que fuera asesor de Bill Clinton Sidney Blumenthal) como el partidario de un "internacionalismo afeminado, antipatriótico, con un carácter flojo y por demás elitista".

Lo que eufemísticamente se ha ido caracterizando como el peso decisivo de los "valores morales" en la campaña presidencial, no ha sido más que un uso descarado y manipulador de las bajas reacciones que aparecen cuando alguien se siente amenazado personalmente y ve en peligro todo aquello que le ha dado seguridad. Es entonces cuando el pánico social ante los interrogantes abiertos y el pánico sexual en relación con los derechos de las mujeres y los papeles de cada sexo se viste de patriotismo y de moralidad esencialista. No me extraña que Bush haya triunfado mayoritariamente entre los hombres y haya sido rechazado por una mayoría de mujeres. Su macho approach ha sido evidente y ha conectado perfectamente con lo que caracterizó asimismo el debate sobre el inicio de la guerra en Irak.

En los primeros meses de 2003 se popularizó la versión de Robert Kagan en la que asimilaba Marte con Estados Unidos y Europa con Venus. Unos, los norteamericanos, se preocuparían por los resultados, serían expeditivos. Los otros, los europeos, tratarían de no separar proceso de resultado. Los primeros tenderían a simplificar, los segundos a matizar. Los norteamericanos-poderosos-machos se enfrentarían así a los europeos-débiles-femeninos. Marte y Venus. Unilateralismo y multilateralismo. El inicio de las hostilidades y el aparentemente rápido desenlace inicial parecía dar la razón a la opción de la virilidad estadounidense. Transcurridos más de 18 meses, después de vergonzosas torturas (¿viriles?) y de muertos sin fin, la cosa debería matizarse notablemente. Pero ese mensaje tuvo su funcionalidad, y entroncó bien con la historia de un país (y sobre todo la historia aún reciente de los Estados que encuadran el Bush Country) acostumbrado a manejar armas y procedimientos expeditivos y viriles de resolver disputas.

Lo peor es ese intento de hacer pasar por "defensa de la familia" lo que no es más que un compendio de lugares comunes y de confusiones entre religión y buenas costumbres. Parece negarse la posibilidad de que una familia decente en Estados Unidos no se preocupe por tener unos servicios públicos correctos, unas políticas sociales que respondan con eficacia a los problemas de los niños, de los enfermos o de la gente mayor. ¿Una familia norteamericana y decente no ha de preocuparse de contar con escuelas públicas de calidad? ¿O no debe preocuparse esa misma y decente familia por disponer de derechos que le permitan defender sus condiciones de trabajo? O, rizando el rizo, ¿no debería estar orgullosa esa patriótica familia de ver como la solidez y vitalidad de esa milenaria institución atrae incluso a los mismos homosexuales, que se empeñan en ingresar en el club?

Detrás del liderazgo fuerte y viril, detrás del orgulloso patriotismo se esconde un mensaje peligroso y mixtificador. ¿Cómo podemos seguir confundiendo valores con el sembrar la intolerancia, confundir la Iglesia con el Estado, reemplazar la ciencia por la religión, y trastocar toda suerte de hechos y datos usando a la fe como gran parapeto? Poco a poco se van asimilando valores a paranoias, a tinieblas y a un reaccionarismo de lo más primitivo. Hace años que sabemos que en Estados Unidos existe una alma aislacionista, chovinista, puritana y de religiosidad fanática. Pero sabemos también que en ese mismo país han existido y existen dirigentes politicos y gentes de todo pelaje capaces de controlar estos resabios y practicar el respeto a la diversidad cultural y sexual, y a la autonomía individual y colectiva.

En la caravana de los valores familiares de Bush se ha metido toda suerte de monstruos. Desde su propia familia con valores bien asentados y conocidos que huelen a petróleo a gran distancia, hasta gobernadores recién elegidos que han planteado en su campaña condenar a pena de muerte a cualquiera que colabore en un aborto. Incluyendo asimismo a ese grupo de fanáticos evangelistas que pretende acabar con todo lo que define como patologías, es decir pobres, enfermos o de conducta sexual atípica.

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Uno de los líderes de la extrema derecha norteamericana, Grover Norquist, bien conocido por sus campañas antiimpuestos, anunciaba: "América es un país de mayoría republicana: ámalo o déjalo". Pero lo cierto es que esa mayoría es cada vez más teocrática y machista que republicana. Y ante esa evidente realidad no me sirven de mucho consuelo las bromas que Michael Moore hace circular estos días en Internet aludiendo a que finalmente nos hemos librado de Bush ya que no podrá volver a presentarse y que ahora sólo le quedan cuatro años más de declive. Los demócratas se han fortalecido en votos y en capacidad de movilización, pero no han sido capaces de contrarrestar ese discurso populista y securizador. Los halcones republicanos han aprovechado bien el persistente nacional-patriotismo y los miedos e inseguridades de una parte de su población, y han superado a las palomas demócratas, llenas de matices y multilateralismo. Visto lo visto, y en una perspectiva de futuro que vaya más allá de la defensa numantina de la seguridad de los privilegiados, ni los palomas demócratas, ni nosotros mismos, deberíamos caer en la trampa de rehacer nuestra virilidad para poder triunfar. No renunciemos ni a nuestros valores ni a nuestra femineidad.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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