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Reportaje:CUATRO AÑOS MÁS

Un horizonte menos prometedor

Emilio Ontiveros

La importancia que la economía ha tenido en la reciente elección del presidente de Estados Unidos no parece haber sido determinante. En las vísperas, los modelos al uso reflejaban una correlación mucho menos estrecha que en otras convocatorias entre los indicadores económicos, o las propuestas de política económica de los candidatos, y las preferencias mostradas de los electores.

A pesar de que la salud de esa economía es más precaria que la que dejó la Administración de Clinton, otros factores, como la seguridad interna o la política internacional, han debido ser más vinculantes en la definitiva conformación de las preferencias electorales. Tampoco las propuestas del candidato Kerry apuntaban un cambio de rumbo radical de la política económica en un país en el que, dada la composición de las cámaras, un presidente demócrata hubiera tenido un margen de maniobra ciertamente limitado.

La corrección de la tendencia creciente del déficit fiscal es algo que se deberá abordar, pero no cabe esperar que el ajuste sea excesivamente brusco
El valor de la producción anual de bienes y servicios de EE UU representa un 37% de la de los países más ricos del mundo integrados en la OCDE

En última instancia, la capacidad de actuación sobre la economía nacional de cualquier presidente estadounidense queda acotada por la dimensión relativamente reducida del gasto público, la amplia desregulación y liberalización de la actividad económica y, no menos importante, por el carácter autónomo de la muy influyente Reserva Federal, responsable de la política monetaria. Esa percepción de los ciudadanos estadounidenses es compatible con la gran influencia que cabe asignar a las decisiones de política económica en aquel país sobre las economías del resto del mundo, ya sea con las asociadas a la financiación de sus desequilibrios, con la estabilidad del sistema de relaciones comerciales y financieras internacionales, o con la generación de factores de riesgo geopolítico de indudable incidencia en las economías del resto del mundo. A esto último no es ajena esa condición de la primera potencia militar.

La demanda americana

La importancia relativa de la economía estadounidense no ha dejado de aumentar en los últimos diez años: el valor de la producción anual de bienes y servicios representa un 37% de la del conjunto de los países más ricos del mundo integrados en la OCDE. Buena parte del crecimiento de la economía mundial en estos años se explica por el importante aumento de la demanda americana y por la propagación de esa suerte de revolución tecnológica que situó la tasa de crecimiento de la productividad de sus empresas en ritmos sin precedentes. Sus mercados financieros han acentuado ese carácter de catalizadores de la estabilidad financiera mundial, con una significación tanto mayor cuanto más acuciantes se manifiestan las necesidades de apelar al ahorro del resto del mundo, determinadas por la excepcional magnitud de sus déficits gemelos: el presupuestario y el de la cuenta corriente de su balanza de pagos.

De siniestro ha calificado el premio Nobel Paul Samuelson el horizonte fiscal estadounidense, en un artículo publicado en el suplemento Negocios de este periódico el pasado día 24 de octubre. El principal legado económico de los demócratas, un superávit presupuestario superior al 2% del PIB, lo ha convertido G. W. Bush en un déficit camino del 5% del PIB, al tiempo que la balanza por cuenta corriente arroja un saldo aún mayor. Son registros inquietantes, pero mucho más para los ciudadanos del resto del mundo que para los que acaban de votar. Quizá con la excepción de la convocatoria de 1992, por mor de la insistencia del candidato Ross Perot, el déficit publico nunca ha sido un aspecto dirimente en las elecciones presidenciales. Los votantes parecen haber asumido como buena la cuestionable explicación oficial de que en la determinación de ese desequilibrio ha sido más importante el aumento del gasto asociado a la lucha contra el terrorismo que las muy controvertidas reducciones de impuestos. Además, la más visible de las potenciales consecuencias de esa dependencia del ahorro de extranjero no se ha manifestado todavía: los tipos de interés que remuneran la deuda pública, lejos de incrementarse, parecen estar respondiendo a las menores posibilidades de crecimiento económico, y, en todo caso, a la continuidad de la facilidad de la financiación externa, todo con una inflación también relativamente reducida.

Esa aparente complacencia con el estado de las finanzas públicas es tanto más destacable cuanto que la política fiscal no ha contribuido precisamente a reducir las muy importantes diferencias en la distribución de la renta de ese país. La Oficina Presupuestaria del Congreso ha confirmado que los principales beneficiarios de los recortes impositivos de 2001 y 2003, responsables de gran parte del déficit presupuestario, han sido las familias más ricas. El 1% de las mismas, las que disponen de ingresos anuales medios superiores a un millón de dólares, han obtenido mas del 50% de esas reducciones impositivas.

Déficit fiscal

La corrección de esa tendencia creciente del déficit fiscal es algo que habrá de abordar el renovado presidente, pero no cabe esperar que el ajuste sea excesivamente brusco. En primer lugar, porque, tras la victoria de Bush, los recortes impositivos no van a revertir, y, no menos importante, porque los despliegues en Irak y Afganistán, así como las partidas asignadas a seguridad, van a mantener el gasto público en niveles históricamente elevados. A esas restricciones se añade el menor crecimiento ya observado en la renta real de las familias, del 2% en lo que va de año, tributaria de un moderado crecimiento del empleo.

Es cierto que la de Bush ha sido la Administración con el registro más pobre en ese indicador, desde la del presidente Herbert Hoover, durante la Gran Depresión. Para que la demanda de consumo, el principal motor de esa economía, mantenga ritmos de crecimiento en el entorno del 3,5%, el número de empleos mensuales ha de superar significativamente las 150.000 personas, un registro hoy menos probable.

Las esperanzas en el crecimiento de la demanda del resto del mundo no encuentran hoy más amparo que hace unos meses. A los efectos favorables de la depreciación del dólar y el aumento de la productividad de las empresas americanas se enfrenta la erosión en la renta de los potenciales clientes ocasionada por la elevación del precio del petróleo. La hasta ahora dinámica economía china se encuentra inmersa en un proceso de voluntario enfriamiento al que contribuirá, junto a la reciente elevación de sus tipos de interés, el encarecimiento de esa materia prima. La demanda de las otras economías asiáticas o las del área euro tampoco será superior a la observada hasta el verano. De la significación que tiene la incertidumbre generada por el comportamiento del precio del petróleo ya dejó constancia Alan Greenspan el pasado día 15, al anticipar que ¾ puntos porcentuales de crecimiento han desaparecido por ese encarecimiento.

Sobre tales bases, lo razonable es asumir un menor liderazgo expansivo de la economía americana en los próximos meses. Algo que no debería ser excesivamente preocupante si fuera acompañado de actuaciones destinadas a fortalecer la menguada capacidad de ahorro estadounidense, y, no menos importante para el resto del mundo, si la renovada Administración republicana no generara amenazas adicionales al sistema de relaciones comerciales y financieras internacionales.

Un momento de la contratación en Wall Street tras conocerse la reelección de Bush.
Un momento de la contratación en Wall Street tras conocerse la reelección de Bush.AP

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