Arafat
No sé qué puede ser de Palestina sin Arafat. Israel se ha preparado ya para enfrentarse con las manifestaciones de dolor que, como tantas veces, en tantos países maltratados, pueden convertirse en odio y sangre: ha cerrado Jerusalén ante la posibilidad de que se le quisiera enterrar allí, y abre un paréntesis en su política. Para Sharon, la reelección de su compadre Bush es un descanso, aunque no ignora que el 70% de los judíos de Estados Unidos votaron a Kerry. Israel ha sido brutal con Arafat, encerrado en su puesto de mando sin permitirle un solo movimiento, y autorizado por él a ir al hospital de París para tratar de salvar su vida: es un hombre que les convino mantener. El viejo guerrillero -terrorista, se le llamó- llegó a tener el Premio Nobel de la Paz (1994) y sin duda se lo creyó. Lo había compartido con Rabin -asesinado por sus compatriotas extremistas- y con Peres, engolfado por Sharon, utilizado por él.
Quizá Arafat comprendió desde su encierro que los planes de paz y sus entrevistas con Bush eran una burla dentro de un plan mucho más amplio en el cual él sólo contaba como un símbolo; pero aun ayer enviaba un telegrama a Bush para felicitarle por su reelección, cuando es el autor de la desgracia quizá última de su pueblo. Los poderes europeos del siglo XX fortalecieron la creación del Estado de Israel en el país palestino utilizando su fe en la "tierra prometida" y su escapada de la Europa que llevaba siglos matándoles hasta el extremo alemán: era una base militar contra los independentistas árabes, un colaborador de los regímenes tiranos de reyes, príncipes y sultanes, un salvador del petróleo. Manejaron así a los cargados de creencia y esperanza para convertirlos en un pueblo militar y fanático, donde los más religiosos son los más combatientes. Esa función ha continuado: probablemente no es casual que Sharon y Bush aparecieran en la cabeza de sus países al mismo tiempo, y que los planes de paz -la Hoja de Ruta- se elaboraran para no cumplirlos. No creo que Arafat no lo supiera, pero se agarró a ello como la última esperanza de supervivencia.
No se puede ni suponer que Sharon le dejara en vida por bondad, o por creer en una paz compartida: le aseguró para evitar otras violencias y para que él obstaculizara el desarrollo de las guerrillas y los suicidas. Es cierto que el líder era respetado aún por su pueblo. En el momento en que se trate de su sucesión directa, pueden reproducirse toda clase de violencias en la misma Palestina y, desde luego, contra Israel.
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