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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Música disfrazada

Cerraba Los Siglos de Oro su homenaje a Martín y Soler (Valencia, 1754-San Petersburgo, 1806) en su 250º aniversario. El que fuera famosísimo en su época es hoy motivo de rescate, y si hace unos días su ópera Una cosa rara era puesta en cuarteto, el miércoles se recuperaba su música religiosa, lo poco que se conserva de una parte de su producción que no le debía agradar al valenciano más allá de la obligación de componerla y el placer de cobrarla. Le serviría, si acaso, para comer -para desayunar más bien- y de su escucha se deduce que no era el hombre más devoto del mundo y que prefería la emperatriz al arzobispo. No es el único caso, pues ya es sabido cómo aquí también las apariencias engañaban.

Los Siglos de Oro

El Concierto Español. Raquel Andueza, soprano. Pau Bordas, barítono. Director: Emilio Moreno. Obras de Martín y Soler y Mozart. Monasterio de la Encarnación. Madrid, 3 de noviembre.

La preciosa iglesia de la Encarnación sirvió de marco a una música que de religiosa no tiene más que su destino contractual, pues su origen se halla en fragmentos de óperas o, se supone, en piezas de claro origen secular. Por eso, lejos de convocar a la devoción, divierten esas prosas y esos himnos en los que, si uno cierra los ojos, escucha a una pareja de enamorados, a una picaruela sirvienta o a alguna condesa amablemente excitada por la aventura. Cantantes y audiencia lo advirtieron y seguro que si había alguna monja tras la reja debió retirarse a la celda de buen talante ante el despliegue de bienhumoradas salves, pizpiretos hosannas y demás fervorines llegados de la frivolidad más refinada. En todo caso, mejores polvos fueron aquellos que estos lodos litúrgicos con los que hoy la Iglesia arrastra su pobre sombra ceremonial.

Las obras de Martín y Soler eran la parte mollar del programa y, en realidad, se nos daba casi todo lo que hoy conocemos de su producción religiosa o, al menos, de lo que se encuentra en estado ejecutable. A ello se añadieron un par de piezas mozartianas que tampoco aportaron solemnidad, aunque sí todavía más talento: el aria Omni Die, que tenía algo de descubrimiento, y una Sonata all'Epistola que demuestra que el salzburgués ejercía de genio hasta cuando componía para cumplir. Y a todo sirvieron ejemplarmente los componentes de El Concierto Español, un grupo que poco a poco se ha hecho un sitio entre los mejores y que no sólo suena con excelente empaste, sino con magnífico estilo. Los acompañamientos fueron excelentes y en las piezas instrumentales -una de Martín y Soler rematada por su editor, para que se vea que no todo es negro en tal oficio, y otra de Mozart que parecía el arranque o la conclusión de una galantísima sinfonía- estuvieron excelentes.

El mismo progreso se advirtió en las dos estupendas voces solistas: Raquel Andueza y Pau Bordas. Ella ha añadido al arrojo una técnica segurísima y empieza a ser alguien muy importante en este repertorio. Él tiene una hermosa voz que hizo circular con la teatralidad requerida por esta música profana vestida con el disfraz de lo religioso. Y Emilio Moreno los condujo a todos con una experiencia que, en su caso como en el de muy pocos, es, como quería el castizo, madre de la ciencia.

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