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VISTO / OÍDO
Columna
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Tiempo de odio

El chico tenía 16 años, se ató las bombas en torno al cuerpo y voló por los aires; era el gran éxito de su vida, y tres personas desconocidas que estaban cerca murieron. Un efecto triste de los equívocos sentimientos de Patria y Fe. Decir que estas entelequias le envenenaron no es suficiente. El odio viene de su país, de su Palestina destrozada y en vías de desaparición; de las muertes diarias de los suyos. El odio de Israel al árabe, al musulmán, viene de siglos, y tiene unas razones que nunca se extinguen porque se transmiten de generación en generación unos sufrimientos graves; y el último, hasta ahora, el terrible Hitler, tenía y transmitió un odio fundamental a los hebreos. Supongo que los soldados de Estados Unidos, que han matado ya a 10.000 iraquíes, no sienten más odio que el necesario para quedar bien en su profesión, que eligieron voluntariamente. No creo que ninguno de ellos se suicidara para matar enemigos. Aquí, en todas las Españas, el odio suicida es el de algunos hombres por sus mujeres, o por las que dejan de serlo. Quizá la naturaleza de su odio sea ancestral, por un motivo similar al de Patria y Religión: el Honor, quizá un poco más ridículo. Otros dicen que por razones económicas: el divorcio podría quitarle su casa, su sueldo, sus hijos, y dejarle en lo que puede creer que es una situación final. Muchas personas se suicidan porque se creen en una situación final, que no siempre es cierta, sobre todo cuando se trata de jóvenes. Pero suicidarse para matar a otra persona no obedece a una situación final, sino al odio. Muchas veces el que fracasa en la vida culpa a la persona que tiene más cerca, o con la que comparte esa vida; incluso es una situación muy frecuente, y en ella el odio estalla en una especie de catarsis de discusiones conyugales. La jaula familiar está envenenada. Hay psicólogos en Estados Unidos que dicen que es menos peligroso pasearse solo de noche por los peores barrios que vivir en familia. Cierto que en estas sociedades se trata de corregir las cosas después de suceder, con penalizaciones, amenazas, o pulseritas que suenan para advertir la proximidad del presunto agresor: pero no parece que se pase de los síntomas y no se llegue nunca al origen.

En España, singularmente en Madrid, se percibe el odio. Se expresa en discursos, en púlpitos, en artículos. Un odio insultante, mentiroso, de tripas revueltas. Cada día es mayor. No se le va a poner remedio en su origen.

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