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Columna
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Indios y vaqueros

Para reafirmar su liderazgo global, Estados Unidos debería poner en marcha un mecanismo alternativo de votación que permitiera expresar su opinión a las ciudadanas y los ciudadanos de los países englobados en su área de influencia. Si lo hubieran hecho en esta ocasión, el presidente Bush habría abandonado la Casa Blanca por la puerta de atrás. Convencido de la utilidad y de la justicia de tal propuesta, mi amigo Jack, ciudadano estadounidense exiliado en el barrio de Malasaña, que se define como antiamericano, ha iniciado una campaña de firmas en el bar para solicitar para España el estatuto de Estado "libre" asociado al estilo del que existe en Puerto Rico.

Si alguien aspira a ser líder mundial, todo el mundo debería poder votarle, argumenta Jack, que estos días atrás dudaba entre la abstención y el voto al viejo outsider Ralph Nader, la gran esperanza blanca de la izquierda en Estados Unidos y la alegría de los derechistas republicanos que cada cuatro años se congratulan del escaso 5% de votos que el tercer candidato en discordia atesora a la espera de que sus paisanos acaben por caer en la cuenta de que el bipartidismo tradicional es una falacia, una filfa y una farsa.

En vísperas del gran circo electoral americano, el bar de la esquina mostraba una clara mayoría favorable al candidato demócrata, mayoría a la que por una vez y sin que sirva de precedente se sumaron dos miembros del ala derecha, sector crítico, que tras la última disputa entre cobistas (gallardonistas dicen ellos) y esperancistas, se sientan solos, repudiados por los suyos, en una mesa del fondo.

El cisma parece a punto de consumarse tras esta nueva "traición" porque para los ortodoxos los dardos contra George Bush son solapadas críticas al ex presidente José María Aznar y eso sí que no.

Cuando éramos niños y aún no nos había contado nadie lo de las dos Españas, ya sabíamos que había dos Américas, la de los americanos propiamente dichos y la de los indios pieles rojas que en lenguaje políticamente correcto hoy se llaman nativos americanos. Cuando jugábamos a "indios y americanos", versión actualizada del tradicional "policías y ladrones", había que elegir bando, y como solía haber más candidatos a vaqueros que a comanches o sioux se terminaba casi siempre echando a pies.

Los vaqueros eran los buenos de las películas y además llevaban revólveres y rifles Winchester, mientras que los indios estaban todavía con los arcos y las flechas, las hachas y las lanzas, y si llevaban fusiles era porque los habían obtenido de forma ilegal de los contrabandistas que también les vendían "agua de fuego" que les sentaba fatal y les ponía muy agresivos..., y además fumaban. Los vaqueros también fumaban, pero solamente tabaco, y bebían whisky, pero les sentaba mejor.

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Cuando los indios empezaron a ser los buenos de las películas y los cineastas blancos con mala conciencia se pusieron a hablar de genocidio ya era demasiado tarde, los pieles rojas, confinados en sus reservas que no eran precisamente reservas morales, se habían convertido en alcohólicos y ludópatas gracias a las "facilidades" para abrir bares y casinos en sus territorios.

Ser "proindio" era en España ser "antiamericano", aunque del Norte y no de todo el Norte, sólo de Estados Unidos, ese gran país que en una abusiva metonimia ha patentado en exclusiva el nombre de América como marca registrada. Si ellos y sólo ellos son americanos, los demás somos los indios de esa película que todavía nos siguen contando.

Pero el antiamericanismo español, hoy como ayer, sigue siendo profundamente americano. De Vietnam a Irak hay una tradición de "renegados" americanos que nos revelan los males de su América, de Noam Chomsky a Michael Moore pasando por Gore Vidal y Woody Allen, que en una entrevista reciente apuntaba: "Soy pesimista, el mundo va fatal. Sólo hace falta ver a Bush".

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