_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Transición segunda

Un modesto concejal vizcaíno es secuestrado por orden de un poeta que vive en Francia. Unas horas después, el grupo que dirige aquel vate difunde el precio para liberar a quien ya está condenado a muerte: el regreso a la región natal de quinientos presos en un plazo de angustia. A partir de ahí la gente se echa a la calle, para mayor gloria de la banda étnico-religiosa: un millón de personas en Madrid, otro en Barcelona, centenares de miles en Valencia, Sevilla, Zaragoza... Y una gran masa de gente noble y variopinta que abarrotó las ciudades vascas hasta lo nunca visto ni oído, ni presentido.

Luego sucedió el cantado crimen, y con el crimen también apareció un gran temor nuevo del nacionalismo sabiniano, que vislumbró el fin de su hegemonía política; esa hegemonía que se funda en la Constitución y en un Estatuto de Gernika, que acaba de cumplir su 25 aniversario sin que sus principales beneficiarios -PNV, EA y la desopilante Ezker Batua- consideren oportuno reconocerlo.

Surgió después el Pacto de Estella con la banda patriótica, por ver de apuntalar entre todos la doctrina identitaria, quejumbrosa, insolidaria y derechista, bendecida por algunos obispos y por algunos (pocos) prosistas equidistantes. Y luego llegó la quiebra de la sospechosa tregua, a la que no siguió el simétrico y lógico repliegue del PNV rumbo a la cordura. Se creó así un nuevo, grande y cautivo escenario radical que acabó fortaleciendo el mensaje de un viejo partido catalán, y que luego, más modestamente, se deslizó a otras cúpulas políticas centrífugas, hoy con todos sus dirigentes ya al galope rumbo hacia lo que llaman segunda Transición. Ajenos todos a que el 90% de los españoles, según dicen las encuestas y mejor aún la simple observación, no ven necesidad alguna de esa Transición segunda más allá de las cuatro reformas constitucionales, razonables y moderadas, que propugna Zapatero. En resumen: la segunda Transición debe ser poco más que una nueva estrategia del independentismo, ese sentir minoritario y respetable. Y muy acendrado.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_