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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Éxito afgano

El mundo no está acostumbrado a recibir buenas noticias de Afganistán. Probablemente sea ésta la razón por la cual se ha recibido con cautela y escepticismo la buena nueva de los resultados de las elecciones del pasado 9 de octubre, que otorgan una sólida victoria al presidente Hamid Karzai (más del 55% de los votos). Por desgracia, ha quedado seriamente empañada con el secuestro el pasado jueves en Kabul de tres funcionarios de la ONU a manos de un grupo talibán, que exige la retirada de las tropas extranjeras y la liberación de los presos musulmanes de Guantánamo y amenaza con ejecutarlos si no se cumplen sus condiciones antes del próximo miércoles.

Ni los observadores más optimistas hubieran augurado hace sólo unos meses el éxito de la convocatoria. Casi nueve millones de afganos, hombres y mujeres (el 80% del electorado), votaron en los primeros comicios libres en un país de gran tradición violenta. El hecho de que los caudillos tribales y señores de la guerra hayan retirado sus denuncias sobre irregularidades y acatado el resultado confiere a Karzai la legitimidad para afrontar los retos inmediatos en el proceso de democratización: la extensión del imperio de la ley fuera de la capital y las elecciones legislativas, previstas para la próxima primavera.

Es obvio que este éxito no puede soslayar las inmensas dificultades que conllevan la construcción de una democracia y la definitiva ruptura de un legado secular de guerras tribales, fanatismo y violencia generalizada. El secuestro de esos tres extranjeros -entre ellos, la esposa del español José María Aranaz, también asesor de la ONU-, es una buena prueba. Pero parece tener razón el presidente electo cuando atribuye este secuestro a la frustración del terrorismo talibán ante su manifiesta incapacidad de dinamitar unas elecciones que había jurado hacer fracasar. Entre los afganos cunde la convicción de que el proceso iniciado con la caída del régimen talibán es irreversible, lo que supone un paso decisivo e imprescindible para arrancar definitivamente al pueblo afgano del fatalismo y del fanatismo medievales.

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Mucho queda por hacer, y el éxito de los próximos pasos depende en gran medida del compromiso internacional. Karzai no ha dejado de pedir, sin mucho éxito, mayor fluidez en la llegada de los fondos prometidos para la reconstrucción y un aumento de la presencia militar internacional. Las fuerzas coordinadas por la OTAN (ISAF) y las tropas estadounidenses serán imprescindibles durante mucho tiempo para la defensa del proceso democratizador. Por eso quizás sea precipitada la decisión española de retirar a la mitad de su contingente allí desplegado. Que, pese a sus inmensas dificultades, el proceso en Afganistán avance, es una excelente noticia que puede incluso aumentar las esperanzas en que una hoja de ruta similar pueda aplicarse en su día en ese otro foco de terrorismo y horror que es Irak. Aunque allí esperanzas similares parezcan hoy trágicamente remotas.

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