Lenguas bronceadas en otoño
Peppino Prisco, dirigente del Inter en los años 60, solía pedir paciencia en las derrotas recordando que el club fue fundado por un grupo de disidentes del Milan: "Calma", decía; "pensad que nacimos de una costilla milanista. O sea, que hemos llegado hasta aquí pese a haber salido de lo más bajo".
Esta temporada haría falta un Prisco para explicar por qué pasa lo que pasa. El Inter tiene asegurado un gol por partido con Adriano. Con una garantía así, a la Juventus no se le escaparía ni un torneo. Al Inter, en cambio, se le escapa todo. Marca más que nadie, juega bastante bonito y no ha perdido un solo encuentro de la Liga y, sin embargo, es el quinto en la clasificación, a 12 puntos de la susodicha Juve y a siete del Milan.
Los interistas reciben, entre otros muchos apodos, el de lenguas bronceadas porque se pasan julio y agosto hablando del campeonato que está al caer. Cada pretemporada es triunfal y la de este año lo fue más que ninguna. Tenían a Mancini, un entrenador bello, carismático y partidario del juego de ataque. Tenían a Adriano, a Martins, a Verón, a Stankovic y, aunque no sabían que tenían también a Cambiasso -un gran redescubrimiento-, apostaban cenas y más cenas. Este scudetto estaba ya en el bote.
El ritual se repite con exactitud desde 1989, cuando cayó el muro de Berlín, no había móviles ni Internet y el Inter ganó su último título de Liga, el que hacía el número 13. La pretemporada es eufórica, el fin de año es optimista y hacia abril o mayo llegan a San Siro los disgustos más tremendos. Que se olvidan en cuanto la lengua toma el sol de nuevo. Como en una pesadilla, ese ritual se concentra ahora en cada partido. El Inter empieza imparable, se adelanta en el marcador, adquiere una ventaja cómoda y se deja igualar en los últimos minutos. De nueve, ha ganado dos encuentros y empatado siete. En los chats negriazules se empieza a hablar de los fichajes necesarios para la próxima campaña. Es como si el metabolismo de los jugadores y los aficionados hubiera sufrido un acelerón y viviera en 90 minutos lo que antes se vivía en nueve meses.
Todo resulta bastante inexplicable. Giovanni Trapattoni, en su época de entrenador del Inter, pedía, como Prisco, paciencia. Y lo hacía con alguna de sus frases incongruentes. Como aquella inmortal: "No pongamos el carro delante de los bueyes. Dejemos a los bueyes en su sitio, detrás del carro".
Es todo tan raro que el Inter, con su Adriano, su capacidad ofensiva y sus neuras, podría acabar haciendo algo importante en la Liga de Campeones.
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