El fracaso de las cárceles
El descontrol y la saturación amenazan el sistema carcelario español, donde 16.700 del total de 60.000 reclusos son ya extranjeros
Cuando Nemesio García, de 36 años, estaba en la cárcel de Segovia, compartía la vida con su amigo Elviro, de su misma edad. Allí se juramentaron salir del ciego círculo vicioso de cocaína, delincuencia y cárcel en el que llevaban años encerrados. Los dos pusieron mucho empeño. Tanto, que Elviro prometió a Neme suicidarse si no lo conseguía. "Salió antes que yo. Y hace unos meses, cuando vio que estaba reenganchado, decidió meterse una noche un buen viaje de heroína para matarse. Y se fue. Ya no volverá nunca más a lo de antes. A la cárcel. Y yo tampoco". Libre desde hace nueve días, Neme, de 1,85 de altura, pesa ahora cerca de 80 kilos -hace cuatro años, cuando fue encarcelado, no llegaba a 40-, se defiende con un trabajo de vigilante jurado en Alcorcón, puede ver de nuevo a su hijo pequeño y no se espanta de sí mismo cuando se reconoce en el espejo. Representa la cara menos amarga de la cárcel: la del hombre al que la celda devuelve entero. "Pero conseguir esto, que personas como Neme vuelvan a ser eso, personas, es ahora más difícil que nunca, debido a la creciente masificación", asegura Jaime Garralda, presidente de la ONG Horizontes Abiertos y con 40 años de experiencia en la rehabilitación de presos.
"En el comedor hay 60 presos, pero hay otros 60 por ahí, sin vigilar", dice un funcionario
"Allí te tienes que hacer con tu gente porque, si no, te roban todo", afirma un ex presidiario
El crecimiento imparable de reclusos ha hecho que la sociedad mire hacia las cárceles con preocupación. A esto se ha sumado la alarma y el miedo cuando se ha conocido que entre 2001 y 2003, en la prisión de Topas, en Salamanca, se constituyó una célula de terrorismo islamista que tenía previsto volar la Audiencia Nacional. El último ejemplo: el jueves por la noche en el comedor de la cárcel de León, un grupo de marroquíes y otro de albanokosovares se enzarzaron en una agria pelea a bandejazos que se saldó con cinco heridos. ¿Qué pasa en las cárceles?
En agosto, la directora general de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo, calculó que en las 38.000 celdas existentes en España se agolpaban 59.200 presos. Es decir: el equivalente a la población de la ciudad de Soria multiplicada por dos. Más presos que en ninguna otra época de la historia de España, excepto en la posguerra. Desde entonces hay 225 más. La propia directora general ha calificado el fenómeno de "barbaridad" y de "catástrofe". Porque mañana serán aún más, ya que la tendencia no va a variar a corto plazo. Todo esto se traduce en la merma de las condiciones de vida de los reclusos: en un módulo de Alcalá Meco, por ejemplo, un centenar de presos se reparte tres duchas; en la prisión de Ceuta, 303 personas abarrotan una prisión concebida para 80; los comedores de la mayoría de los penales, preparados para 50 personas, deben soportar cada cena a 100 comensales...
No sólo son más los presos. También son distintos: las cárceles se están llenando de inmigrantes: casi tres de cada 10 reclusos son ya extranjeros. Hace cinco años, había 7.900 presos que no habían nacido en España. Ahora son 16.626. Que nada tienen que ver con Neme: "El ladrón de toda la vida, el que robaba esto o lo otro para meterse un chute y entraba y salía de la prisión, ha desaparecido. Ahora nos encontramos a gente en las cárceles que no habíamos visto nunca, y a la que no sabemos cómo tratar, con los que muchas veces no podemos ni comunicarnos porque no sabemos su idioma, y necesitamos que un compatriota suyo que lleve más tiempo dentro nos sirva de intérprete", comenta José Miguel Cazalla, de UGT-prisiones. Un ejemplo: las mafias de los países de Este de Europa. "Muchos son antiguos soldados de la guerra de Bosnia. Muy fríos. Muy acostumbrados a las armas. Apostaría a que no les importa nada matar. Supongo que lo han hecho ya, en su país. Para ellos, la vida no vale lo mismo que para nosotros", añade este funcionario. Las cárceles en los últimos años, se han transformado en una ensalada de nacionalidades en donde cada uno pugna por encajar. "Todo preso, en cuanto entra, busca formar parte de un grupo, porque así se siente menos desprotegido", señala el ex director de la cárcel de Alcalá Meco, Jesús Calvo. Neme lo explica a su manera: "Te tienes que hacer rápido con tu gente, porque si no, te toman por un perejil y te roban todo. Te viene uno, el jefe de la banda más fuerte del módulo, y en el patio te pasa un brazo por los hombros y te dice, 'me gustan mucho tus zapatillas', y si no se las das, pues por la noche entran cuatro o cinco en tu celda y te pegan una paliza y se las llevan igual, más el dinero que tengas".
A fin de controlar mejor a los grupos peligrosos, y en particular a las células terroristas islamistas que utilizan las cárceles como terreno abonado para reclutar nuevos adeptos, la Dirección General de Instituciones Penitenciarias anunció el lunes pasado una serie de medidas, entre las que se cuenta vigilar a los líderes religiosos o el aislamiento de los elementos considerados más influyentes.
José Ramón López, presidente del sindicato de prisiones Acaip replica: "¿Y cómo vamos a hacer eso?". Recuerda que la mayoría de los módulos carcelarios están concebidos para albergar a 70 presos para que sean vigilados por dos funcionarios. Y que lo normal es que ahora en cada módulo haya 120 reclusos custodiados sólo por un empleado. "Mientras 60 están en el comedor, porque en el comedor sólo hay sitio para 60, y yo con ellos, porque tengo que controlar el delicado momento del reparto de la comida, hay otros 60 sueltos por ahí, en las salas comunes, sin que nadie les vigile, y no es que puedan pasarse planes terroristas, es que pueden abrirse limpiamente la cabeza en el gimnasio con dos pesas atadas con una cuerda", añade.
La directora general de Prisiones, en su comparecencia en el Congreso de los Diputados en septiembre, reconoció que mientras que la población reclusa ha aumentado un 30% en los últimos cuatro años, la plantilla de funcionarios sólo ha crecido un 7%. Y los centros penitenciarios mucho menos. De manera que, a marchas forzadas, este organismo dependiente del Ministerio del Interior tiene previsto construir siete nuevas cárceles. Aunque ninguna estará lista antes de 2007. Gallizo también señaló en su comparecencia que no se trata sólo de encerrar a más personas en más cárceles sino de conseguir que éstas se vacíen gracias a la reinserción. Recordó que la reforma del Código Penal del Gobierno del PP de 1997 endureció las penas, redujo las recompensas por día trabajado y tipificó nuevos delitos. Y que la consecuencia inmediata de todo esto es el aumento de reclusos y la prolongación de las estancias.
La ONG que preside Jaime Garralda cogestiona en la cárcel de Segovia, junto con la dirección del centro, un módulo entero. Allí, los presos disponen de más educadores, de más psicólogos, de más atención. A cambio, hay una mayor disciplina, un mayor control a la hora de vigilar el trapicheo de drogas, y los reclusos que se incorporen voluntariamente a ese módulo "terapéutico" se comprometen a estudiar o a aprender un oficio. No siempre les acompaña el éxito, como en el caso de Elviro. Pero son más los casos como Neme, que recuperan los kilos y la dignidad. Garralda está convencido de que los presos devuelven el trato que reciben. Y añade: "La sociedad no se da cuenta de una cosa: todos los presos que están en la cárcel verán la calle antes o después. Y que si los tratas a patadas, saldrán mordiendo".
Casi 6.000 magrebíes
En las cárceles españolas hay actualmente 16.700 extranjeros. Los funcionarios de prisiones mencionan el ascenso vertiginoso de la población reclusa rumana -hace unos años, 50, y ahora cerca de 700-. Pero el colectivo no español encarcelado es el magrebí. Hace un año, había 4.600 marroquíes presos y 1.182 argelinos. En las cárceles españolas hay 73 musulmanes acusados de terrorismo. Por contra, son miles los que cumplen condena de varios años de prisión por traficar con hachís u otro tipo de droga o por robos de poca monta.
El perfil es siempre el mismo: jóvenes, de alrededor de 20 años, casi analfabetos, muchos sin hablar español, sin familia cerca, lejos de su país...
Jesús Calvo, que estuvo al frente de la cárcel de Alcalá Meco hasta que fue destituido en agosto, asegura conocer bien el comportamiento de estos grupos islamistas por haberlos visto actuar: "Se arremolinan en torno a un líder. Y ahora se sienten crecidos, porque se ven importantes, ya que hablan de ellos en la televisión o en la radio. Viven su propia vida, lejos de los otros presidiarios, como un mundo aparte dentro de la misma cárcel, con sus propias normas, su propio idioma, sus ropas...".
A juicio de Calvo, estos grupos deberían estar muy controlados. "Y más desde el incidente de la cárcel de Topas. Hay que vigilarlos en la sala común, mientras ven en la tele un partido de fútbol, por si se pasan consignas, o en el patio, para enterarse de si traman algo", explica.
"Me consta que la Dirección General de Instituciones Penitenciarias quiere controlarlos de cerca. Pero eso ahora es difícil debido al número de presos que pueblan las cárceles", añade Calvo, que tras 30 años al frente de centros penitenciarios ahora desempeña el cargo de director de Programas Sociales de la prisión de Alcalá.
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