Del amor a los libros
Uno. La escritora neoyorquina Helen Hanff evocó en 84 Charing Cross Road (1970) su relación epistolar, durante veinte años, con el librero londinense Frank Doel, al que nunca llegaría a conocer. En 1978, James Roose-Evans adaptó el libro y lo dirigió en el West End, con Rosemary Leach y David Swift. En 1982 llegó al Nederlander de Broadway, protagonizada por Ellen Burstyn y Joseph Maher. Algunos de ustedes recordarán la película, dirigida por David Jones en 1986, con Anne Bancroft y Anthony Hopkins.
No deja de ser un tanto sorprendente que Isabel Coixet, adepta de las pasiones fuertes (A los que aman, Mi vida sin mí), haya escogido esta comedia, tan delicada como exangüe, para debutar como directora en el Romea barcelonés. Su protagonista, Helen (gafas de montura negra, viejo jersey de lana) vive en un pequeño apartamento de Manhattan, rodeada de montones de libros, botellas vacías y ceniceros llenos, mientras sueña con la lejanísima Inglaterra. Una Inglaterra, claro está, "literaria". No cuesta imaginar que le hubiera encantado ser un personaje de Jane Austen. O Virginia Woolf en su habitación propia. Helen anhela ver Londres, "como un viejo desea ver su tierra natal antes de morir", y necesita libros igual que los adictos necesitan heroína. Su dealer será Frank Doel, el librero de Marks & Co., el pequeño establecimiento cuya dirección da título a la obra. Doel es el librero ideal, el inglés ideal, mitad Jeeves mitad vicario oxfordiano. Un santo varón que le consigue ediciones descatalogadas, tesoros ocultos y baratos, y soporta con una sonrisa postal sus excentricidades, sus cartas iracundas por un quítame allá ese índice. Entre ambos se establece una relación muy circunspecta, inglesísima: Doel tarda cuatro años en pasar del "Miss Hanff" al "Dear Helen". No queda muy claro si lo que le gusta a Helen es leer los libros o poseerlos, porque aquí se nos habla menos del placer de la lectura que del amor por el objeto, sobre todo si está usado. El rastreo del ejemplar esquivo, la sensualidad de las encuadernaciones en piel, el perfume de las páginas amarillentas. Las dedicatorias, los subrayados, las notas en los márgenes. El viejo libro que, al abrirse, revela el poema más leído por su anterior propietario. Etcétera.
A propósito del debut de Isabel Coixet en el Romea de Barcelona, con 84 Charing Cross Road
Dos. ¿A quién no le gusta todo eso? Londres y los libros usados son un cóctel perfecto: lástima que la graduación del alcohol sea tan baja. 84 Charing Cross Road parece sustentarse en la premisa, más bien irritante, de que el amor por los libros lleva aparejado el desamor por la vida: rostros pálidos y damas solitarias utilizando la lectura para escapar de las asechanzas de la realidad. Está claro que la obra juega con lo que los dos personajes no se dicen, pero no sabemos si eso se debe al pudor o, ratificando el cliché, a que tienen muy poca vida que contar. Sabemos que Helen pasa de leer guiones a escribirlos para televisión, que su dentadura no es muy buena y que está mal de dinero. Bebe mucho en escena y a ratos parece estar pasándolo francamente mal, aunque ignoramos las causas. ¿Hay algo de carne en su vida? ¿Familia, amores? ¿Un psiquiatra, las tardes de los jueves? ¿Un cadáver bajo la alfombra? Misterio absoluto. O no hubo nada de todo eso o no nos lo cuentan. Sabemos, eso sí, que es bellísima persona (envía comida y regalos navideños para el personal de la librería), que tiene un afilado sentido del humor, y que puede ponerse muy, muy pesada cuando un libro no le llega a tiempo o le faltan páginas. De Frank Doel sabemos que está casado y con hijos, que probablemente votó por la reelección de Churchill y que no le desagradan los Beatles. Quizá me dormí en algún momento, pero no recuerdo que hablaran de muchas más cosas. Y una relación de veinte años suele dar bastante de sí, digo yo. Miento. Hay otro tema: la anhelada y mil veces pospuesta visita a Londres. Que a ver si viene usted, querida Helen. Que un día de estos me pongo y cruzo el charco. Un día, una semana, un mes, un año. Nada. Helen no se decide. ¿Cómo va a decidirse? ¿Y el riesgo, el tremendo riesgo de llegar a Trafalgar Square y encontrarse con un punk en vez del afable señor Pickwick? En fin: si usted ha estado alguna vez al borde de la crisis nerviosa porque le han vendido una edición incompleta de los diarios de Samuel Pepys, 84 Charing Cross Road es su comedia.
Tres. Pese a la delgadez del texto, todo en este espectáculo rebosa talento y buen gusto. La precisa versión catalana de Joan Sellent (Ramón de España firma la traducción castellana). La música ensoñadora y elegante de Alfonso Vilallonga. La escenografía -una larga mesa con muchos libros en medio- de Jon Berrondo. Las luces cálidas de López Linares. Hay una voz en off, un tanto innecesaria, de Mercedes Sampietro, que nos cuenta la visita final de Helen a Londres, convertida en una escritora de éxito, y cuando ya es tarde, naturalmente. Carme Elías, la protagonista, está radiante, como siempre. Es una cualidad que va más allá de la belleza. Hay actrices graciosas, actrices trágicas y, rara avis, actrices radiantes. Tiene algo admirable la dilatación de ese brillo, a caballo entre el oficio y la deliberación vital. Viendo a la Helen de Carme Elías uno piensa en otro cóctel, más singular que el de Londres y libros: Elaine May y la propia Isabel Coixet, la Coixet más espumosa. A ratos hay un exceso de composición: subraya los efectos y remasca las palabras, como si se autotradujera o hablara con un sordo. 84 Charing Cross Road también supone una alegría notable: el retorno, por la puerta grande, de Josep Minguell, un excelente actor "de carácter" que en los últimos años andaba un tanto oculto, posiblemente por no salir en televisión. Una verdadera lástima, porque Minguell está como nunca: un trabajo impecable, medidísimo. Profundamente inglés, más allá del estereotipo: me pareció estar viendo a un hermano catalán de Alan Bennett. Y me gustaría seguir viéndole, sobre todo en empeños de mayor peso específico.
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