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Columna
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Viva la caricatura

Quien no haya escrito ya su libro, artículo o arenga contra el presidente norteamericano, George W. Bush, habrá de darse prisa porque le queda tan sólo una semana para hacerlo y convertirse así en abanderado de la causa más piadosa del nuevo milenio. La precipitación no debe disuadir del empeño porque el producto de urgencia resultante difícilmente desmerecerá de otras obras sobre el mismo personaje, escritas con mayor sosiego y omnipresentes en las librerías. Hay que atreverse porque realmente no resulta difícil la tarea. Si el ex presidente del Gobierno de España José María Aznar es extremadamente "caricaturizable", como bien decía el domingo el ex presidente de la Generalidad de Cataluña Jordi Pujol, qué no podrá hacerse en caricatura de su amigo George, cuyos gestos, andares, retórica y ademanes -desde hace cuatro años irritándonos ante nuestros televisores- parecen inventados por un vitriólico dibujante de cómics francés.

Da mucho juego un ex alcohólico que deja el frasco porque dice que Dios le ha hablado, que gana unas elecciones de forma al menos sospechosa, que se empeña en destruir en un país remoto unas armas que no existen y se obstina en continuar una guerra que según la mitad de su electorado potencial para la reelección y mucho más de la mitad de la población mundial cree un disparate, cuando no un crimen. Si a eso se añaden sus conexiones, amistades, sinergias y complicidades con el gran capital, su apariencia más bien zafia, su enciclopédica ignorancia y su nula cultura gastronómica, estamos, desde luego, ante un monstruo al que hay que decapitar -políticamente, se entiende- para llevar su cabeza a los blasones de todas las fuerzas del bien para mayor orgullo de generaciones venideras. Quien no odie a Bush como es debido ha de ser, a buen seguro, una mala persona.

¿Y su contrincante, John Kerry? Es un senador católico, rico de casa y archimillonario consorte, con modales infinitamente mejores, afición a deportes elegantes, saboreador de la comida francesa. Sabe -su rival probablemente no- que el Ducado de Liechtenstein no es una marca de cerveza y que Goethe no era un lugarteniente de Hitler. Y dice que tiene planes -"I have a plan"- para acabar con la guerra en Irak, para establecer lazos íntimos a través de este Atlántico hoy teñido -por culpa de Bush- de desconfianza y discordia, para poner en marcha un "new new deal" que eleve a clase media a las decenas de millones de compatriotas pobres, para combatir la marginación, generalizar los seguros médicos, fomentar la bondad que todos llevamos dentro. Y todo ello por el simple método de quitarles privilegios fiscales a los amigos de Bush y a su cómplice y vicepresidente, Dick Cheney, tan siniestro o más que el "Dirty [sucio] Dick" que fue Richard Nixon.

Así las cosas, levitando por estas alturas del análisis político y la sobria valoración de la situación mundial y de nuestros intereses nacionales, son evidentes las razones por las que los europeos, y sobre todo nosotros, los españoles, adalides de la ofensiva mundial a favor de la armonía cósmica y en contra del mal, con las manos extendidas y ofreciendo las mejillas, hemos decidido que tiene que ganar Kerry. ¡Faltaría menos! Todos seguimos con emoción los avatares de la lucha de nuestro héroe demócrata y su Sancho Panza, Michael Moore, contra las fuerzas de las tinieblas, culpables de todas las muertes habidas en los últimos años, incluidas las que reclama para sí "la resistencia" iraquí. Alborozadas, las emisoras de radio nos informan de que Kerry ha ganado todos los debates. Un día después, abatidas, añaden el detalle de que Bush mantiene su ventaja. Para volver horas más tarde a comunicar triunfantes que Kerry se acerca, que hay un cuerpo a cuerpo, que el bien está a punto de batir al mal.

Y, sin embargo, en esta atmósfera cargada por el "espíritu de Navidad", se mueven aún algunos zombies por Europa que no acaban de creer que si gana Bush se acaba el mundo por culpa de unos cuantos norteamericanos imbéciles, ni que un Kerry victorioso vaya a venir corriendo a Europa a agradecer un apoyo tan entusiasta que cimentará la paz y la amistad en el globo. Bush merece perder las elecciones. Kerry probablemente no merezca ganarlas. Pero, gane quien gane, las realidades son más tercas que las caricaturas caprichosas con las que se simplifica el mundo con tanta alegría. Ni con Bush ni con Kerry va EE UU a pedir perdón por ser la megapotencia del siglo. Ni por defender sus intereses nacionales. Nosotros haríamos bien en defender los nuestros, con sobriedad, con menos Chomsky y Moore y algo de sentido común.

Kerry (Izquierda) y Bush, en su debate del 8 de octubre.
Kerry (Izquierda) y Bush, en su debate del 8 de octubre.REUTERS
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