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Columna
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Pelotas

Mientras las mentalidades avanzan en el buen sentido del reciclaje (cada vez más personas se adhieren a la causa de la basura selectiva e inteligente), del combate racional contra el tabaquismo, de la protección del medio ambiente o de los derechos de los homosexuales, por ejemplo; el machismo permanece estancado en sus rasgos más elementales. Se diría incluso, por algunas de sus representaciones, que no sólo no mejora sino que va a peor. La Ley contra la violencia de género o la Ley de Igualdad subrayan, con su propia existencia imprescindible, las discriminaciones y malos tratos que aún afectan, de manera específica, a las mujeres.

A nadie se le ocurriría presentar simultáneamente una campaña sobre los riesgos de fumar y una publicidad que alentara el gusto del tabaco. La prevención de los incendios forestales no suele ir acompañada de consejos para hacerse una barbacoa en medio del bosque. O por decirlo de otro modo, no se coloca en un plano horizontal la lógica del ecologista y la del pirómano. Pues eso es más o menos lo que sucede con el sexismo: los discursos que lo atacan quedan muchas veces predicados sin el ejemplo; o presentados en paralelo con ejemplos contraproducentes. Y por eso sigue el machismo mayormente donde estaba, porque, al tiempo que se combate por un lado, por el otro se representa y se difunde con mucha eficacia, mediante mecanismos de gran atracción y audiencia. Una de esas correas de transmisión la constituye el deporte, ámbito masculino por excelencia, y escenario frecuente de derivas sexistas, de representaciones clásicas: hombre triunfador y mujer florero o adorno o "animadora" (y las comillas son de grado) del espectáculo. Algunos deportes de motor se llevan la palma, con abundante presencia de chicas vistosas para favorecer la foto y el ambiente.

Lamento de manera especial la decisión de contratar para el Master Series de Madrid modelos recogepelotas. Por afición y porque el tenis es un deporte excepcional también desde la perspectiva de género. En las últimas décadas, desde que irrumpieron en el circuito figuras como Billie Jean King, Cris Evert o Martina Navatrilova, el tenis femenino no ha dejado de crecer, en calidad de juego, interés de los partidos, y consecuente favor del público y de los medios de comunicación. Hoy se codea con el masculino como demuestran el número de espectadores y la popularidad de las jugadoras más destacadas. Que en una de las pocas disciplinas donde la mujer ha alcanzado internacionalmente el estatuto y la visibilidad de los deportistas de elite se introduzca ahora, con fines comerciales, la figura de la chica adorno, de la animadora de espectáculo extradeportivo, me parece un signo de la peor especie. Un retroceso inaceptable y peligroso. La ocupación machista de un terreno donde ya se juega a otros valores, mucho más igualitarios, y donde se generan por lo tanto nuevos modelos femeninos y deportivos.

Confesaré que de niña cuando me preguntaban qué quería estudiar o ser de mayor, yo siempre respondía con una segunda opción o un segundo deseo. El primero, reservado, era jugar al tenis. Brillaban entonces Jan Kodes, Illie Nastasse o Manolo Santana, maestros de levedad, precisión y elegancia. De ahí que sienta mucho más el no encontrar nada de admirable en la respuesta con la que Santana, organizador del Master de Madrid, resta ahora las críticas: "No es actitud machista. Simplemente necesitamos engordar la hucha para cubrir el presupuesto". Y lo engordan con el truco de siempre; a base de morbo. A fuerza de reducir lo femenino a la degradada imagen de reclamo, de "bien" de consumo sexista. Las modelos, por su parte, defienden su trabajo (se comprende) y su indumentaria "no demasiado provocativa". Como si tuviéramos que alegrarnos de que no haya sido peor; de que a ningún patrocinador se le haya ocurrido solicitar que las chicas recojan las pelotas en bikini para compensar su inversión, (quiero decir, su decidido apoyo al deporte).

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