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Columna
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El aseo

Miquel Alberola

Mientras en las páginas de los periódicos triunfaban las fotografías de Luis Roldán por las calles de Zaragoza con bolsas de El Corte Inglés en sus días de permiso previos al régimen abierto, un agente de la Policía Científica estampaba mis huellas dactilares sobre una cartulina para un cotejo en la tercera planta de la Jefatura Superior de Policía de Valencia. Tras esta diligencia, el agente me indicó que podía limpiarme en el aseo de caballeros, adonde me dirigí con las manos abiertas y los dedos manchados de tinta. Detrás de una puerta extenuada y gris descubrí que se escondía el servicio de caballeros más cutre en el que había entrado en los últimos veinte años. Estaba limpio, pero emitía señales inequívocas por todas partes de que el Estado había entrado en quiebra. Si no hacía treinta años que se habían dejado de fabricar sanitarios y repuestos, lo más probable es que el Ministerio del Interior se había desentendido del mantenimiento del edificio. Allí, la grifería anquilosada de los lavabos funcionaba con dificultad, los dosificadores carecían de jabón y sólo a uno, que estaba roto, le quedaba apenas un resto, pero había que tener psicomotricidad de luchador de esgrima para meter la mano por arriba y sacarlo. Ni siquiera colgaba un rollo de papel higiénico en ninguna de las letrinas. Sin embargo, cualquier delincuente de poca monta siempre sienta su trasero en un retrete de diseño y tiene el baño alicatado con plaqueta de Porcelanosa con cenefa decorativa. Y ésa era la metáfora que había inscrita en aquellos inodoros. Durante los años setenta sentí un asco muy metafísico cada vez que pasé ante ese edificio del que salían los furgones de antidisturbios para reprimir a quienes luchaban por la democracia y al que eran conducidos los detenidos en cualquiera de aquellas manifestaciones. El otro día, en cambio, sentí lástima, incluso sentí una profunda solidaridad con aquel agente que, con toda la voluntad del mundo, no me podía ni dar una bolsa de plástico para meter el estuche de cerámica en el que buscaban marcas de pezuña de ratero. Si esto era el aseo de la Policía Científica, qué se supone que es el I+D+i de la Jefatura, ¿cómo sería el resto?

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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