El tutor y su pupilo
Mario Vargas Llosa ayuda a escribir al colombiano Antonio García Ángel
El escritor hispanoperuano Mario Vargas Llosa se ha encontrado estos días en París con su pupilo, el joven (31 años) colombiano Antonio García Ángel. Es su tercera cita en lo que va de año. "Es la distancia la que dicta el sistema", dice Mario Vargas Llosa. "Tenemos el compromiso de estar 40 días juntos a lo largo del año. Primero nos vimos en Lima, luego en Londres, ahora en París y más tarde será en Madrid. Antonio me envía todos los viernes lo que ha escrito, corregido o desescrito y el domingo yo le llamo para comentar su trabajo".
La Fundación Rolex, inspirada en los ejemplos ilustres de Flaubert y Maupassant, Schumann y Brahms, Pisarro y Cézanne, Goethe y Schiller, ha puesto en pie una iniciativa que facilita el encuentro entre un maestro y un discípulo. Los nombres de los mentores -David Hockney para las artes visuales, Peter Hall para el área de teatro, Jessie Norman en materia musical, Saburo Teshigawara como profesor de danza, Mira Nair en tanto que cineasta y Mario Vargas Llosa para ocuparse de un joven escritor- bastan para dar una idea de la entidad del proyecto.
"Con Mario", explica García Ángel, "he aprendido a escribir sin inspiración, a trabajar cada día"
"Antes de encontrarnos ya había leído casi todos los libros de Mario", recuerda Antonio García Ángel, "sólo me quedaban tres por conocer, entre ellos Conversación en la catedral, que ha pasado a ser uno de mis favoritos. Cuando fui a Lima estaba tan emocionado que no paré de preguntar: ¿Escribe con o sin música, de pie o sentado, a mano o en el ordenador, sabiendo el final antes de empezar el relato o no?".
"Yo tuve que elegir entre tres candidatos, entre tres finalistas. Los otros dos (un español y un mexicano) eran escritores ya hechos, pero a Antonio me pareció que sí podía serle útil. No se puede enseñar a escribir, pero sí a aprender trucos y oficio, sugerir lo que, como lector, estimo más funcional y coherente. En una novela existe siempre el peligro de la abundancia, de la proliferación", afirma Vargas Llosa, mientras García Ángel añade: "Mi primera novela, Su casa es mi casa, la escribí siguiendo la técnica de Raymond Chandler: cuando no sabes qué hacer, entra en la habitación un tipo con una pistola. Yo dejaba que la novela creciese sola, sin plan. Y confiando en la inspiración. La verdad es que me quedaba seco al llegar a la página 30. Con Mario he aprendido a escribir sin inspiración, a trabajar cada día, a fijarme un objetivo, a no buscarme excusas para huir de la obligación de llenar páginas. Cada viernes, pase lo que pase, tengo que enviar 15 y, aunque a menudo sólo he acabado 10, intento respetar ese compromiso. Se acabó perder el tiempo con pendejadas. El método es simple: te sientas y escribes".
Para Vargas Llosa, la relación es instructiva para los dos: "Para mí es una oportunidad extraordinaria de ver cómo se gesta una ficción novelesca. Antonio funciona por intuiciones, acepta que ideas súbitas le puedan cambiar todo el plan de la historia. Yo planeo mucho, necesito la seguridad de una trama hilvanada de principio a fin. Luego me tomo las libertades que quiero. Con Antonio tengo la sensación de revivir conversaciones que tuve con Julio Cortázar. Él se sentaba ante la máquina sin saber lo que iba a escribir. A mí me gustan las novelas que se cierran sobre sí mismas y a él, como lo prueba Rayuela, las obras abiertas, que no terminan nunca".
"En Londres no conseguí escribir una línea", continúa el pupilo. "Aún estaba anonadado ante la suerte de poder ir al cine, al teatro o al museo con Mario, de poder comentarle todo lo que veía o pensaba".
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