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Columna
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Al tostadero

A Manuel Vázquez Montalbán

Una simple cancioncilla publicitaria se puede convertir en una llamada del terror. Depende de la memoria. La condición de víctima o de verdugo es inherente a la historia, aunque un político tan dado a las falsas equidistancias como José Bono se empeñe en difuminar los límites. Ministro ¿qué significa "Vamos chicos, al tostadero"? La pregunta no es inocente.

A los pocos días de que el ministro de Defensa tuviera la disparatada ocurrencia de hacer desfilar en pie de igualdad a miembros de la División Azul, que lucharon a favor de Hitler, y a republicanos españoles de la División Leclerc, que liberaron París de los nazis, conocemos, a través de una necrológica, la chocante biografía de Jacobo Morcillo, miembro del ejército falangista, fallecido curiosamente el mismo 12 de octubre.

Espía del ejército franquista durante la guerra civil, tras el ataque de Hitler a la URSS, Morcillo se alista en la División Azul y a su regreso, el régimen le recompensa nombrándolo jefe de una de las comisarías de policía de Madrid. Pero ni la condición de espía, de soldado o de policía, ha sido lo que ha dado lustre a la biografía de Morcillo. Y así, el comisario franquista pasará a la historia por el lado amable de su biografía, por ser el autor de la letra de La vaca lechera y de María Dolores (que los Panchos hicieron famosa), dos de las canciones más populares de la época; por su amistad con el padre de Julio Iglesias, formando parte de la peña Los Sementales (sic) y por haber sido el primer representante del autor de La vida sigue igual.

Sin embargo, las cosas no son tan apacibles y placenteras cuando la historia se lee desde el lado de las víctimas. Ignoro si Antonio Palomares (responsable del Partido Comunista en Valencia durante el franquismo) o César Llorca (líder de CC OO, entonces) habrán leído la necrológica del comisario letrista. Si lo han hecho, les habrá llamado la atención la referencia a las muchas cancioncillas publicitarias que, bajo el seudónimo, escribió el policía: La Casera, AEG, Duralex... y sobre todo una de Cafés La Estrella, que en los años 60 se anunciaba como "La estrella de los cafés" y la frase "Vamos chicos, al tostadero", mientras unos granos con patas se acercaban a la máquina de torrefactar. En 1968, los policías de la Brigada de lo Político Social de Valencia que torturaron a Palomares, a Llorca y a otros 34 obreros detenidos, les decían "Vamos chicos, al tostadero" para anunciarles una sesión de corrientes eléctricas. Antonio Palomares, cuyos signos de la tortura eran evidentes en las fotos publicadas en la prensa, salió de la comisaría con tres vértebras soldadas, midiendo dos centímetros menos, con el diafragma deformado y el ritmo respiratorio modificado de por vida. Llorca, hasta la fecha electricista en Macosa, no pudo volver a tocar un enchufe en su vida.

En el franquismo, como en todos los estados totalitarios, funcionaba la división del trabajo, unos ejecutaban y aunque tuvieran las manos manchadas de sangre tenían la conciencia limpia porque cumplían órdenes de otros, que tenían las manos limpias y también la conciencia, porque no la usaban. Al final del franquismo no se establecieron responsabilidades políticas y por eso, ministro, aún hoy, hay que preguntarse ¿qué significa "Vamos chicos, al tostadero"? La pregunta no es inocente y la respuesta, como ve, tampoco.

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