Relatos de una cooperante
Paula Farias está convencida de que el impacto de las imágenes cierra las puertas a las historias. Siempre le ha llamado la atención que muchas personas toman los libros con imágenes de las miserias del Tercer Mundo, y pone de ejemplo los del fotógrafo Sebastião Salgado, y apenas pasadas unas páginas los vuelven a cerrar, espantados por las imágenes, perdiéndose lo que cuentan. La diferencia es que para ella, médico de 37 años y cooperante de Médicos Sin Fronteras (MSF), donde trabaja como coordinadora de emergencias, esas imágenes forman parte de lo cotidiano.
Por eso decidió sacar las historias que conoce bien tras muchos trabajando en las catástrofes de todo el mundo y comenzó a escribir cuentos a partir de las fotografías de Juan Carlos Tomasi y Petros Kokkinos, también colaboradores de MSF. Ahora se han recogido en el libro Déjate contar un cuento, de la editorial Alfaguara, que la autora presentó esta semana en Madrid, con un prólogo del escritor José Saramago y con la presencia del actor Javier Bardem leyendo sus cuentos.
"En Sudán teníamos un campo donde trabajábamos y habíamos instalado una bomba de agua. Al día siguiente fuimos y lo habían bombardeado. No quedaba nadie"
"Son sitios donde hace calor, huele mal, hay miseria y la gente se muere por cosas más banales que aquí. Pero si sacas la corteza del horror, las historias te llegan de la misma forma"
Son historias que salen de sus vivencias en lugares como Afganistán, Angola, Congo, Irak, Kosovo o Sudán, su último destino y del que regresó hace dos semanas. "Hay que quitar el barniz de espanto", dice Farinas. "Son sitios donde hace calor, huele mal, hay miseria y la gente se muere por cosas más banales que aquí. Pero también en España la gente hace 50 años se moría por cosas similares. Si eres capaz de sacar esa corteza del horror, las historias te llegan de la misma forma, porque, salvando las diferencias culturales, la gente es igual en todas partes. Yo he intentado contar que un niño se siente igual que aquí cazador de saltamontes cuando los persigue entre las piedras, aunque no tenga qué comer".
Farias trabaja para Médicos Sin Fronteras desde 1999, cuando se fue con esta organización a Kosovo. Pero ella dice que ha sido cooperante desde siempre. "Yo de pequeña ya me veía con mi mochila cargada de vacunas por la selva", cuenta. Por eso decidió hacer medicina, especializarse en familia y estudiar medicina tropical en Londres. Luego viajó durante dos años en el Rainbow Warrior, el mítico barco de Greenpeace, como médico-marinero.
Pero antes de terminar la carrera ya había pasado temporadas como cooperante en el Amazonas, Ghana, Perú o Bolivia. "Ahí es cuando le vi el plumero a las organizaciones pequeñas. La falta de recursos te hace depender de presupuestos que no están en tus manos y que se deciden muy lejos de donde tú estás. En cambio, en las grandes lo bueno es que cuando detectas un problema, si lo ves claro, llamas al jefe, le dices: 'Mándame esto y lo otro', y como tenemos recursos propios, puedes convencerlos", explica.
Su trabajo en emergencias consiste en viajar a los lugares del mundo donde la situación se considera catastrófica, en función de una serie de baremos. Y pone ejemplos de los lugares donde ha estado en los últimos años: en la frontera entre Somalia y Kenia, por un problema nutricional; en el terremoto de la India; en la guerra de Afganistán; en el terremoto de Bam, en Irán; en una epidemia de meningitis en Etiopía...
"Lo que significa que vas a un sitio cuando se ha deteriorado la situación, por inundaciones, o epidemias de meningitis, cólera, cambios climáticos, mosquitos... y la mayoría de las veces ha empeorado en relación a lo mal que está el lugar ya de base. Pero damos por hecho que la infraestructura que tienen allí va a estar saturada. A veces se nos critica porque cuando todo vuelve a la situación anterior, no a una mejora total, nos marchamos. Pero es que, si no, no te podrías ir nunca. Y sobre todo porque cuando nosotros nos vamos, entonces llegan otros", explica. Se refiere a las organizaciones de desarrollo que plantean otro tipo de proyectos, a largo plazo.
Ella acaba de regresar de Darfur (Sudán), donde ha estado los últimos meses, y es muy crítica con la manera en la que la crisis -en la que murieron más de 50.000 personas y provocó el desplazamiento de medio millón de personas en el interior del país- fue ignorada a escala internacional. "Nosotros en Sudán hemos trabajado a toro pasado, porque lo peor pasó en diciembre de 2003, y no hemos visto más que las consecuencias", cuenta. "Ni los crímenes, ni los saqueos, ni las violaciones".
"No querían testigos"
Desde agosto del año pasado, su organización trató de enviar ayuda, pero ni siquiera podían entrar en el país. Farias viajó a Chad y a la República Centroafricana con la intención de cruzar a Sudán por la frontera, pero MSF no recibió el permiso para atravesarla. "El Gobierno no quería testigos, pero sabíamos de las barbaridades por los refugiados", cuenta. "El silencio internacional fue bestial".
Cuando al fin consiguieron entrar, en junio pasado, ya había pasado todo y los desplazados llevaban tres y cuatro meses instalados en campos de refugiados. "En una situación así, algo que ha ocurrido hace cuatro meses es demasiado tiempo, porque todo sucede muy deprisa. Y que les hayan arrasado su pueblo no es lo más grave que les sucede", continúa. "La persecución de los janjawid [las milicias árabes armadas por el Gobierno de Sudán] es vieja como el mundo. Las incursiones a los pueblos para saquearlos ha sido una constante. Y por eso les tienen un terror histórico. Parece que es un problema nuevo, pero no", prosigue. "Y, claro, hemos encontrado cosas que hacer, pero no esa emergencia que se ha vendido". Ella está convencida de que todo es una farsa política.
Pero explica que para trabajar no pueden fijarse todo el tiempo en el contexto, porque entonces no lo soportarían. "Es lo que hace un médico en urgencias en Madrid. Si le viene un infartado, no puede ponerse a pensar en la situación personal, porque entonces no hace nada", matiza. Por eso, prosigue, cuando ve a una persona con el pie colgando, sólo piensa en cómo tiene que actuar. Le pone un filtro: verlo como trabajo, para no bloquearse. "En Sudán teníamos un campo donde trabajábamos y habíamos instalado una bomba de agua. Al día siguiente fuimos y lo habían bombardeado. Eran 5.000 personas y no quedaba nadie. Aparte del espanto, piensas en los inconvenientes: que no has podido trabajar, que no sabes dónde se ha ido la gente huyendo, que hay cambio de planes", relata.
Eso, continúa, hace que muchas veces, aun estando en el centro de los conflictos, tenga la sensación de que se pierde lo que está ocurriendo. "Quizá te endureces...", plantea. Pero luego se lo piensa mejor: "Yo creo que no, que no me he endurecido". Probablemente porque puede plasmar lo que siente en sus cuentos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.