La cuarta clase
La frase despectiva de los europeos pálidos y rubiales, "África empieza en los Pirineos", tiene el apoyo de que tres millones de personas son del Tercer Mundo, entre un total de 43 millones. Los arios, o indoeuropeos, debemos estar satisfechos, pedir que vengan más. Se ha encontrado, por fin, un régimen democrático, con urnas y parlamentos -incluso con un gran exceso de urnas y parlamentos-, en el que un 7% de la población no tiene derechos de ciudadanía; ni los que tienen permisos de trabajo. Seres que por las leyes negreras de Aznar pueden ser expulsados al primer suspiro. Ellas paren, y permiten acrecentar el bien natural que el marxismo llamaba prole.
Unos toques más y serán nuestros soldados. Lo fueron, por Franco, gracias a Franco. Me contaba Beigbeder -general anglófilo, ministro de Exteriores, enamorado de la escritora Eugenia Serrano- que cuando fue alto comisario en Marruecos tenía información, por Asuntos Indígenas, de qué necesidades podían tener algunas personas en lejanos aduares: acudía él mismo, con el espectáculo de su escolta de virrey y, digamos, con una máquina de coser para la viuda Hadiya; iba de parte de Franco, que lo sabía todo, decía él, y pedía voluntarios contra sus enemigos; se alistaban miles. También es justo que ahora vengan a medio legalizar, con trabajos peor pagados que los de los españoles, sin sindicatos que respiren por ellos. Algunos de allá todavía preguntan por el buen Franco y sus máquinas de coser. No es extraño: los judíos de la Luneta de Tetuán preguntaban por la reina a los soldados que tomaban el Rif: habían ido trasmitiéndose la idea de que en España había una reina que echaba a los judíos, Isabel la Católica.
Bien, tres millones de esclavos a domicilio son excelentes porque, además de ganar poco y de cotizar a la Seguridad Social cuando trabajan algo, mantienen todos los salarios bajos, que es algo que desea fervientemente todo ministro de Hacienda, toda la Comunidad Europea y todos los economistas que vencieron a Marx copiándole. Moderación salarial, dicen. Hacen mucho bien a los gobiernos y las empresas, o mejor -por orden de poder- a las empresas y los gobiernos. Muchos obreros se sienten poderosos al contemplarles, y hasta los más pobres se sienten ricos a su lado: a ellos no se les hipoteca nada, están por debajo de los bancos y de las letras. ¡Bienvenidos!
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.