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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Cubanos entre nosotros

Monika Zgustova

Espero a mis amigos cubanos en un café del Raval. Quedamos aquí para proseguir nuestras charlas e intervenciones de Kosmopolis, que giraban en torno a la experiencia que compartimos: en el occidente europeo, la ideología política suele tener más relieve que el testimonio vivido. Esperando que me traigan el refresco que he pedido, mis pensamientos vuelan hacia los años ochenta, momento de mi llegada a España como exiliada del Este, antes de la caída del muro del comunismo. Recuerdo cuánto me costó en aquella época explicar a la gente que, por el mero hecho de que allí no hubiera McDonald's, mi país de origen, la entonces Checoslovaquia, no gozaba de más libertad que Occidente, sino al contrario. Sirviéndose de citas filosóficas y argumentos racionales para revestir su casi religiosa fe en el paraíso comunista, mis interlocutores de entonces, con su superioridad paternalista, me demostraban que, necia de mí, había abandonado una especie de Jauja. Entonces me daba cuenta que mi testimonio carecía de valor; sólo tenía peso la posición ideológica.

¿Por qué creemos que sólo nosotros, los europeos, desde una posición de superioridad moral e intelectual, sabemos lo que más le conviene al mundo?

Una vez mis amigos, cuatro escritores cubanos exiliados en Barcelona, están instalados en el café sorbiendo sus cañas de cerveza, les planteo mis dudas sobre cómo habrán vivido ellos esa confrontación entre dos mundos. Rolando Sánchez Mejías, que lleva ocho años en España, dice que, desde que él ha llegado, la opinión sobre Cuba en España ha cambiado bastante: "La mirada sobre Cuba se divide en tres fundamentalmente: aquellos españoles que por motivos 'sentimentales' ven a Cuba como una isla que aún les toca de cerca, aquellos que ven a la isla como un bastión contra el 'imperialismo yanqui' y aquellos que creen que es un proyecto esencialmente justo. Las tres miradas se equivocan. Yo las llamaría el 'discurso del idiota', ese que mezcla motivos sentimentales vagos con un conocimiento vago del contexto del que hablan, ligado todo esto a un modelo teórico esencialista (vago), sea el 'marxismo' o el 'revolucionarismo'. Los intelectuales europeos unen los tres discursos en uno". Radamés Molina exclama despectivamente: "¿Y por qué no idealizan también a Corea del Norte? ¡Es el mismo régimen, son los mismos resultados, como en Cuba!". Juan Abreu, aunque ya lleva 24 años en el exilio, o precisamente por ello, está muy afectado por ese tema y habla tan deprisa que sólo distingo una palabra que se repite una y otra vez en su discurso: el racismo. Le pregunto por ello. "Los europeos", dice Juan, "básicamente los intelectuales que durante décadas dieron su apoyo moral al régimen de Castro pero jamás quisieran vivir en las condiciones de la dictadura cubana, te dicen: para los cubanos eso está bien. Es una forma de racismo". "De eurocentrismo", dice Ernesto Fernández Busto. "De colonialismo", añade Radamés. "La autora Belén Gopegui", prosigue Ernesto, "durante la promoción de su última novela, que alaba a Castro, proclamó que su régimen debería extenderse por el mundo entero. Eso sólo puede decirlo una occidental que jamás ha experimentado la penuria que conocemos nosotros". En ese punto, los cuatro exiliados cubanos, impotentes en su indignación, se ponen a hablar todos a la vez.

Mis cuatro interlocutores provienen de barrios marginales, de familias cubanas muy humildes. ¿No se hizo la revolución cubana básicamente para que gente como ellos estuvieran satisfechos? Y pregunto a mis amigos sus motivos de haberse ido al exilio. Rolando cuenta que cuando era adolescente sentía que era natural y consecuente con la historia del país estar integrado a la revolución; a los 20 años abrió los ojos y se convirtió en disidente de ese régimen totalitario, para, luego, exiliarse de él. Ernesto huyó clandestinamente a México; Juan, en una balsa, a Estados Unidos: "En Cuba, tanto en los años setenta, los de mi adolescencia, como ahora, todo el mundo tiene un sólo objetivo común: ¡irse! La gente en Cuba vive en un delirio paranoico", explica Radamés, y Ernesto irrumpe: "Allí no hay vida fuera del totalitarismo". A la manera del coro de las tragedias griegas, los cuatro cubanos afirman: "En Cuba, hay espías por todas partes, todo el mundo tiene alguna historia con su delator. ¡Hay un miedo tremendo!". Y añaden unos datos concretos: Cuba tiene una de las más altas tasas de población penal, una de las más altas tasas de suicidios, y también de emigración: de 11 millones de cubanos, tres se hallan en el exilio. Rolando afirma: "España muy excepcionalmente concede asilo político a un cubano; en el último año, de 190 demandantes sólo cuatro lo consiguieron". Y Ernesto añade en un murmullo: "Sí. Denegaron incluso los casos que demostraron que no podían volver...".

El café cierra. Mientras pagamos nuestras consumiciones, me pregunto: ¿por qué los europeos no aprendemos a escuchar las experiencias ajenas, en vez de juzgar, clasificar y criticar las vivencias que no hemos tenido y que ignoramos? ¿Por qué creemos que sólo nosotros, los europeos, desde una posición de innata superioridad moral e intelectual, sabemos lo que más le conviene al mundo?

En vez de buscar paraísos terrenales en toda clase de ideologías, ¿por qué no aprendemos simplemente a prestar oído a la miseria humana, clara y elemental?

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